sábado, 18 de noviembre de 2017

La palmera.







Miraba las palmeras como si fuera una de ellas.
Así transcurrían sus días.

Sus días eran como los de una palmera en Retamar,
contemplando el sol salir por el horizonte de mar,
alzarse en el cielo y acabar desapareciendo en el horizonte de mar.

Era como una palmera plantada en los jardines del Paseo Marítimo.
Un poco seca, por el exceso de sol y mar y años.
La entropía.

Quizás no fueran hermosas y vistosas
pero aún así vivían su vida, cara al mar, escuchando la voz del mar en su oleaje
y los pájaros en sus nidos.
Contemplando el sol en su trayectoria, del mar al mar,
después de navegar el cielo en un arco perfecto.

Era como una palmera; nada que hacer,
ningún lugar a donde ir.
Ofrecerse a los pájaros que la querían visitar,
dar albergue a sus nidos y finalmente verlos partir.
Dejándose abanicar las hojas al viento, a veces suave,
a veces destructor.
Pero ahí seguían, el tronco firme.
Quizás un poco más descascarilladas y rotas después del vendaval,
pero era cuestión de tiempo volver a recuperarse otra vez.
Sintropía.

El tronco firme, las hojas abanicadas por el viento.
Ofreciendo refugio.
Escuchando la voz del mar y el canto de los pájaros.
Dando albergue a sus nidos.
Contemplando la trayectoria del sol.
Nada que hacer.
Ningún lugar a donde ir.







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