viernes, 13 de octubre de 2017

El sueño de vigilia.






Olor a cedro impregnado en el pelo y en la ropa de casa.
Sol otoñal, ligero, y la brisa de la montaña.
La vida generosa.
El yin y el yang.
Helicópteros que sobrevuelan los terrados domésticos, con ropas coloridas a secar en las cuerdas.
Como el ojo de Dios Padre y Justiciero.
Dan vueltas y vueltas como un moscardón aburrido.
Con una voz ronca que rompe el silencio.
"Què volen aquesta gent?", canta la Bonet en el Liceo.
El cielo se ha despejado de gaviotas y palomas, asustadas.
Què volen aquesta gent?





Hace tiempo, en la prehistoria, ella aprendió a oír en cada sonido el mantra de Vajrayoguini.
En el aroma de las flores, en la luz del relámpago o en la voz del trueno,
se puede identificar el mantra de Vajrayoguini.

El helicóptero baja su vuelo y el sonido se hace aún más atronador.
Una mujer acaba de tender la ropa y se sienta a la sombra del sol.
Le da un sorbo a su copa de cerveza negra y se concentra en el mantra de Vajrayoguini.
Om Om Om, Sarwa Buda Dayiniye, Vajra Warnaniye, Vajra Berotzaniye, Hum Hum Hum Phat Phat Phat Soha.

Contempla en la nube el cuerpo de Buda Vajrayoguini, en el mirlo negro sobre la chimenea, en el karategui tendido al sol.
En el helicóptero ensordecedor
la voz de Buda.

Om Om Om, Sarwa Buda Dayiniye, Vajra Warnaniye, Vajra Berotzaniye, Hum Hum Hum Phat Phat Phat Soha.

Evoca el cuerpo, palabra y mente de su yídam y
se hace una con ella.

Tan vacía como todo lo demás.
El mismo sueño kármico.





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