viernes, 12 de octubre de 2012

Llueve.








Han ido quedando tantas cosas por el camino.










Es como un viaje
transcendente,
como una peregrinación,
meditar mientras llueve fuera
y se hace oscuro.

La sadhana de Vajrayoguini
es larga,
la versión larga
(la llaman camino rápido al gran gozo
pero es embriagadoramente larga)
así que a veces cambio la posición vajra
y estiro las piernas en un ángulo obtuso
y luego quizás recojo las rodillas sobre mi pecho
sin dejar de escuchar la voz melodiosa que convoca a mi amada.

A veces abro los ojos y miro fuera, a través de la ventana.
Pero mi gato ya no está,
siguiendo mi mirada.
Mi madre,
con su sonrisa presumida y seductora en la fotografía,
la misma que mantuvo hasta el último momento en el cuerpo ya roto,
ella ya no está.

Tantas cosas
han ido quedando por el camino.
Tantas apariencias
desaparecidas.



La niña pequeña ya no está
ni la adolescente tampoco.

El niño
que por lo visto nunca acompañé,
mientras yo me creía 
y me sentía
tan presente.

El dolor
a menudo permanece.

Alguien escribió una vez:
"por qué el sentido del ridículo no tiene fecha de caducidad, 
como el Danone?".

El dolor de haber dañado
a los seres queridos
tampoco,
ese dolor nunca caduca.

Este sueño
es como una película a ritmo acelerado,
a veces,
pero también es como si todo estuviera aquí al mismo tiempo,
mucho más allá del tiempo lineal, esa invención,
esa forma de ordenar las cosas para que la mente gobernada por el hemisferio izquierdo
lo entienda sin abrumarse.

Todo está aquí,
al menos de la misma manera en que nada
está aquí.



















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