viernes, 16 de abril de 2010
El amor que te pone en la piel de los demás.
Rabjor dice: siempre que estés mal, prueba a cambiar tu pensamiento del "yo-yo" por estimar a los demás.
Al acabar la clase, Montse, que ha asistido a su primera meditación,
me pregunta:
¿y esto funciona?
Pruébalo.
Montse se va a la sala donde se sirve té y zumos, pastitas y canapés.
Gemma se va a casa (la espera su familia); ya en la puerta, me mira con una sonrisa y me dice: funciona.
Una respuesta para la pregunta de Montse, que Gemma no escuchó.
En cualquier caso, da igual. De qué te sirve saber si le funciona o no
a otras personas, si no pasa por tu experiencia.
Rabjor dice que detrás de cualquier sensación de malestar está (entre otras cosas) el pensamiento "pobre de mí", "qué mal lo estoy pasando", en alguna de sus múltiples versiones.
Si cambias el objeto de atención, tu experiencia cambia. Para mejor o para peor, dependiendo de si piensas en algo que odias o te aterroriza
o si piensas en algo o alguien que amas.
La propuesta budista es: piensa en alguien con amor.
No el amor posesivo, exclusivo, romántico, que quiere controlar.
Siente el amor que desea la felicidad y la libertad de la otra persona.
Ponte de acuerdo con ella y desea su felicidad y su libertad.
Ponte en los zapatos de la otra persona
-pero a veces la otra persona ni siquiera tiene zapatos que ponerse.
Ponte en su piel.
Y siente el amor que quiere hacer lo que esté en su mano para ayudarle.
Prúebalo.
El amor es curativo. Es la medicina más curativa que existe.
El egocentrismo duele porque nunca tiene bastante.
Siempre que estés mal, busca el pensamiento egoísta que hay detrás.
Identíficalo,
suéltalo
y desplaza tu atención a los demás.
Y observa qué pasa.
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Querida Marié, tienes el don de la oportunidad. Salí hoy del colegio hecha polvo. Tan mal que ni lo quise verbalizar con alguno de mis pacientes compañero/as, que siempre me escuchan y consuelan. Al llegar a casa me encontré con que mi hija estaba mal, tan mal como yo. "¿Qué te ha pasado, mi amor?” “No sé si estoy especialmente sensible o todo a mi alrededor se ha confabulado para darme la espalda”, me respondió y pasó a relatarme, secándose las lágrimas una serie de dolorosos sucesos, pequeñas cosas, clavadas como espinas en su corazón. Compartir su dolor con ella fue mucho peor que mi propio dolor, que desapareció. Sí, ya sé que es trampa. Que es mi hija y no tiene mérito. Te lo cuento sólo porque intuyo que el consejo de Rajbor funciona. Lo probaré. Prometo probarlo la próxima vez. En esta ocasión ya no me hace falta. La escala de valores de mi hija, su sentido ético de la existencia, compartir sus penas, me ha quitado mi egocéntrica tristeza.
ResponderEliminarNo creo que sea una trampa, Emi.
ResponderEliminarEn estas meditaciones a menudo suele ponerse como ejemplo el amor de una madre, que sirva como inspiración lo que sentimos por nuestr@ hij@ para aplicarlo a otras personas, cada vez más.
Como tú bien dices: funciona.
Yo me caí el otro día encima de un niño pequeño, jugando al fútbol. Como quise protegerlo en nuestra caída, caí mal.
ResponderEliminarDurante 15 largos minutos sólo me preocupaba su llanto y su golpe en la cabeza, hasta que tuve la certeza de que no había sido nada grave, cuando él me pidió volver a jugar.
Entonces me di cuenta de mi dolor de rodillas, que estaban hinchadas.
Mientras que me importaba él más que yo misma, mis rodillas ni siquiera existían.
No hay nada que duela más que la obsesión por el yo.
Cuando hay alguien o algo que te importa más ahí fuera, lo único que te importa es serle útil y ayudarle en la medida que puedas. Y en eso centras tu atención.
Cuanto más centro la atención en mí misma, más me duele todo: lo que me gusta (la ansiedad del apego), lo que no me gusta (las rabietas, la frustración, el enfado) y lo que me resulta indiferente (el aburrimiento, la soledad de la fragmentación).
Es que ya te vale... jejeje. Una señora periodista jugando al fútbol. ¿Dónde se ha visto? Jajaja.
ResponderEliminarBueno, Emi, veo que te sorprenderías de saber algunas de las cosas que hago -dentro y fuera de la meditación...
ResponderEliminarMuy atinado tu comentario sobre la felicidad en la casa de Marina, sobre el entrenamiento cotidiano en las peqeñas alegrías.
Sin embargo, hay que recordar siempre que la clave está en concentrarse (meditar) en la experiencia misma de la alegría y no en la "circunstancia" (la situación u objeto) que la produjo.
Creer que ese bienestar que experimento procede de la situación (el café de la mañana, la cenita con la amiga o la pareja, la agradable siesta, la puesta de sol...) sería una confusión y más que en la felicidad me entrenaría en el apego.
Concentrarme en el bienestar que experimento -dejando que las condiciones se disuelvan, como apariencias en un sueño- sí puede ser un entrenamiento en la felicidad, una versión pequeñita y a mi medida del gran gozo de la vacuidad.
Una vez que tengo la experiencia dentro (si la he vivido con consciencia, si me he concentrado en ella y le he dado fuerza -y no al objeto de apego), cada vez me resultará más fácil volver a esa experienca de bienestar, en meditación o en cualquier momento del día, sin necesidad de que se repita la situación.
En última instancia, se trata de darle fuerza a nuestras experiencias interiores personales de paz y disfrute -no a los objetos externos.
Eso es lo que hará que, finalmente, como Shantideva, podamos
depender sólo de una mente feliz.
Ufff ¡Qué difíiiiiciiiiil! ¡Con lo que a mí me gustan las emociones fuertes!
ResponderEliminarCuando aprendes a depender sólo de una mente feliz -esa intensa felicidad que no depende de nada- comprendes que lo que ahora te parecen "emociones fuertes" son, en realidad, como migajas.
ResponderEliminarNo te quedes con lo poco conocido, cuando hay tanto por conocer.
Apuesta por las "emociones fuertes" por descubrir.
Un abrazo de los que crujen, compañera.