jueves, 11 de abril de 2024

La luna creciente.

 



El despliegue del desayuno, uno de sus rituales del día.
Hace tiempo se dio cuenta de que todos los pequeños gestos y situaciones cotidianas
podría convertirlos en rituales de atención, de presencia.
Como oportunidades que son, cómo desaprovecharlas.

Abrir los ojos por la mañana, ese tiempo lento de duermevela, de regreso al mundo,
la bienvenida, la gratitud, la contemplación:
la luz del sol que nace o antes de nacer,
el canto de la tórtola, el vuelo de las gaviotas...
Abandonar el futón, incorporarse, los pies en el suelo:
aún tengo estas piernas para levantarme,
para caminar montaña arriba, el aroma y el cuerpo de los árboles, la tierra, el romero
inundando los pulmones, la sangre y cada una de las células de este cuerpo.
El desayuno, esa ofrenda, del universo a ella:
las fresas en el plato, la tierra, el sol, la lluvia, 
"el trabajo duro y amoroso de muchos seres" (TNH).
Y la ofrenda de ella al universo: la gratitud.

Abandona el cuarto un momento y vuelve a regresar al aroma cálido del café.
Es curioso, piensa, cómo te recibe y te envuelve en aroma del café, por fuera y por dentro,
cuando abres la puerta y regresas a la mesa del desayuno,
pero una vez dentro ya no lo percibes, por inmersión.
Como cuando se pregunta qué es la felicidad, o Dios,
y quizás no es consciente de ello por inmersión.
Como el pez que se pregunta qué es el agua, de la que tanto ha oído hablar,
si realmente existe el agua en algún lugar.



En algunas tradiciones te postras ante la luna nueva.
Cuando alguien accede a una nueva visión, un nuevo punto de vista (pongamos el dharma)
y de repente tiene lugar una realización,
un impulso movilizador que hace que todo cambie.
Y nada volverá a ser igual en lo sucesivo.
La luna nueva.

Ella recuerda a aquella monja católica que le contaba que siempre le había interesado comprender de qué va esto de la vida, por eso había dedicado gran parte de su existencia a investigar en la psicología y la filosofía.
Hasta que, inesperadamente, tuvo una experiencia personal reveladora.
Se sintió inundada de "Dios".
Toda la energía que conformaba su cuerpo
(en forma de músculos, huesos, sangre, espacio...),
todos sus cuerpos, los más etéreos también, la energía que proyectaba,
era puro Amor.
Ella era el Dios mismo que tanto buscaba en todas partes.
Y "todas partes" era también el Dios mismo, 
emanado en los seres humanos con los que se cruzaba, los animales, vegetales y minerales,
el aire que respiraba, el suelo que pisaba, la casa que habitaba,
las montañas, los ríos, el mar...
No era una teoría conceptual que había leído en algún lugar, explicaba, 
era una vivencia personal muy profunda.
Entonces decidió que, en adelante, solo iba a dedicar su vida a profundizar,
a seguir investigando en esa vivencia.

A veces te postras ante la luna nueva.
Y, a veces, te postras ante la luna llena.
La luna llena creciente.




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