miércoles, 9 de septiembre de 2020

Paladear la tristeza.




Gris de otoño.
El cielo cubierto y claro a la vez,
tanta luz al otro lado, radiante.
El sonido del viento hace temblar algún toldo
y crujir las ventanas.
A veces se aquieta
y se acalla.
La lluvia suave también se da un respiro.
Y la tristeza es una bella emoción,
cuando te pilla con las armas abandonadas.

Ayer mismo quizás sentías la abundancia,
la ofrenda de la entrega 
de los demás.
Tan protegida.
La Vida acunándote en sus brazos,
el amor tan presente.
Y hoy, de repente, el olvido,
el rechazo,
el abandono.
Como si la Madre se hubiera olvidado de ti.
Como si no fueras nadie
para nadie.
Otra cara de la libertad.
¿Duele?
No necesariamente.
Bajas los brazos en actitud de rendición
y entrega.
Paladeas la presión en el pecho
y el nudo en la garganta
Una mera experiencia más.
Y puede ser profunda, intensamente
amorosa.





Descubre una vez más 
que es el miedo y la negación lo que produce el dolor,
no la tristeza en sí misma
(otra cara del deleite,
el mismo sabor),
ni el rechazo, el olvido, el abandono
o la soledad.
Todas ellas son puertas de conexión
y plenitud,
si las paladeas,
si las degustas sin juicios ni resistencia.
Otros sabores en la aventura gastronómica
de este viaje.
Tan complaciente el amargo como el dulce,
el toque agrio o el salado,
en esta mesa abundante de sabores 
y colores.
En apariencia.

Paladea la tristeza, se entrega a sus brazos
y agradece la serenidad que le regala.
Apareció esta mañana y lo detuvo todo,
los vientos y tempestades emocionales,
incluida la alegría,
la adrenalina de los fuegos artificiales.
Se disolvieron los dibujos de colores en el cielo,
se debilitó la exaltación
y se impuso la calma,
la quietud, la serenidad,
el abandono, la rendición
de la tristeza.

Ese reposo.







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