sábado, 27 de mayo de 2017

Las aguas revueltas.






A veces, las aguas están serenas y apacibles,
quietas como un lago en el que no sopla ni la más ligera brisa,
como un espejo plateado que lo refleja todo.
No es que no ocurran cosas externamente,
que tienen lugar de forma imparable,
pero la mente serena, imperturbable, las contempla,
las vive, las toma, se las traga,
y las refleja como un espejo, tal como son.

A veces se plantea la pregunta de los viernes en la sangha, la de la metáfora emocional,
y se siente como un espejo.
La quietud de un lago apacible, inmutable.

Y a veces contempla las aguas revueltas. Y qué realización!
Lo ve tan claro!...




Cuando la experiencia está serena, apacible y gozosa,
el agua aparece clara y limpia. ¡Otra alucinación!
Lo comprendes cuando las aguas (de la mente) están revueltas.
Cuando aparece alguien, o tienes que convivir con una situación, que te altera,
cuando las aguas de tu vivencia (tus sensaciones, tu percepción) están removidas
y ya no reflejan las cosas como son, sino distorsionadas.

Las aguas revueltas (cada vez que te sientes alterada, herida, sufriendo, aunque sea una nimiedad)
tienen la maravillosa función de sacar a flote la basura depositada en el fondo.
Te las presenta a la vista, los nudos no resueltos, las heridas no curadas,
de cualquiera de tus yos.
Te las devuelve a la superficie para que las veas, las comprendas y las resuelvas.

Ahí están:
Mira la rabia, la frustración, la dependencia de la opinión ajena, la madre herida,
mira la tendencia al control, la inseguridad, el miedo al futuro, mira...
Ahí están, todavía, las pataletas de tus yos que aún te crees.

Las aguas revueltas te ayudan a descubrir, a comprender, a hacer limpieza.
Son la mejor cura de humildad, de conexión, empatía y compasión.

Mientras dure esta experiencia humana.





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