lunes, 16 de noviembre de 2015

El círculo sagrado.






Luna nueva, creciente.
Primer día de luna, como una línea curva en el cielo claro.
Cielo azul y amarillo, rosa y violeta, al atardecer.
Al fondo, la montaña sagrada, oscura sobre un fondo de luz; puntos iluminados en su falda, como luciérnagas; la noria de colores en la cima, a los pies del templo.
Y de banda sonora, las gaviotas.


Cabalgaba la bicicleta de vuelta del mar cuando se encontró "la fira de la terra", al llegar a su barrio.
Estos rábanos tan grandes y el hinojo, son ecológicos?
Claro, dijo la tendera, son de mi huerto; yo cuido la tierra. Y sonrió.
Son muy tiernos y dulces, explicó su compañero.
Lo eran, doy fe.

Y el queso?
Sí, claro, ahí tienes el sello de acreditación ecológica.
De ovejas en libertad?
Bueno, eso... Las ovejas ya no suelen vivir en el monte. Generalmente.
Pero sí, pasan varias horas al día en los pastos, al aire libre.

Acalló su conciencia por un rato.




En casa, preparó la mesa, como una ofrenda.
Cuando el queso se deshacía en su paladar, ella (de tendencia vegana, poco dada a consumir productos de explotación animal) daba las gracias a las ovejas e imaginaba su propio cuerpo como abono de la hierba que pasturaban.
Todo está aquí.
Presente y futuro, y pasado.
Ella ya no creía en un guión lineal.





El hinojo tierno y crujiente se hacía agua en su paladar, las hojas verdes del rábano, el cilantro.
Y la copa del mismo vino (un reserva de Ribera) con que en cierta ocasión celebró aquel ágape singular junto a su yídam.
Todo está aquí.

Todo está aquí.
Ayer era un plato vulgar de arroz, y ella se convertía en fertilizante para el sugerente paisaje del Delta del Ebro.
Era el aire, el sol, la lluvia, la tierra nutrida, el abono que nutría la tierra.

Cada vez que se alimenta de los frutos de la tierra, ella se convierte en nutrientes, fertilizante para los frutos de la tierra.
Su cuerpo nutriente.
Como un círculo sagrado.
No puede ser de otra manera.




Cada vez que se funde con la tierra, con los frutos de la tierra en su paladar, en su respiración, en su contemplación, su propio cuerpo se convierte en abono para la tierra, para los frutos de la tierra.
Y su mente en el soplo que les da vida.
Y ya no puede nacer ni morir.
Ya no puede morir.
Ni volver a empezar, porque todo es un continuo.

No puede aceptar la ofrenda sin ofrecerse a sí misma como ofrenda.
Como un circulo sagrado.
Es cuestión de tiempo.
Todo está aquí.





Subió al terrado a despedir el día y allí estaba esa línea apenas de la luna nueva, creciente.
Primer día de luna, mágico.
Mera continuación.




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