miércoles, 18 de junio de 2014

El sueño de morir. (2)




Mozart consideraba la muerte "la llave que abre la puerta de la verdadera felicidad".
Shakespeare escribió que "la vida es más dulce cuando estamos preparados para la muerte".
El psiquiatra suizo Carl Jung dijo que, "desde un punto de vista, la muerte es un proceso gozoso; a la luz de la eternidad es una boda,
como si el alma alcanzara su otra mitad, alcanza su totalidad".
Otro psiquiatra, Robert Jay Lifton, afirmó que "se debe conocer la muerte para poder vivir con una imaginación libre" y que "la clave para vivir una vida sin represiones (sin miedos) consiste en tener conciencia de la inmortalidad".
El filósofo francés Michel de Montaigne decía que "practicar la muerte es practicar la libertad".
Y para Sócrates, practicar la muerte consiste en aprender ahora a "afrontar la muerte fácilmente".
Michael E. Tymn, editor literario de "El libro Kundalini de la vida y de la muerte" (Ravindra Kumar y Jitte Kumar Larsen), considera que aunque parezca una gran paradoja, no lo es: practicar y abrazar la muerte es la mejor manera de aprender cómo vivir el ahora.





La primera vez que su maestro anunció que iban a estudiar la meditación en la muerte, ella sonrió entusiasmada, casi excitada. Entonces su maestro le preguntó el motivo de esa alegría, ¿acaso no sabía que iban a hablar del sufrimiento de las vidas futuras, los infiernos y otros reinos inferiores, el karma negativo y la necesidad de acumular méritos y purificar? Ella respondió: Pero meditar en la muerte es también abandonarse a la experiencia gozosa de la muerte, como cuando meditas y sientes tanta intensidad, como tocando techo, como si sólo el abrazo de la muerte pudiera darte alas y sabes: "si ahora me fuera, todo saldría bien".






Cuando ella volvió de viaje, avisada de que su madre estaba en la UCI, supuestamente en coma y a punto de irse, cuando entró en la estancia, su madre abrió los ojos y ella preguntó: ¿duele?, y su madre hizo un gesto de dolor (o a ella se lo pareció) y ella le dijo: Deja este cuerpo, que haga lo que tenga que hacer; tu cuerpo es de luz y no duele. Entonces la madre cerró los ojos y la máquina de los gráficos vitales empezó a sonar con sus alarmas y las enfermeras corrieron a reanimarla gritando su nombre y bombeando el corazón a golpes de masajes. Mientras ella se alejaba de la cama, de espaldas, la mirada fija en la situación que acababa de provocar, aterrada: he estado a punto de matar a mi madre.
Pero su madre volvió y se mantuvo aquí unas semanas más, obediente a las llamadas, a las demandas, a la insistencia (no te puedes ir), afrontando durísimas batallas de dolor para obtener minúsculas conquistas.
Un día, cuando ya podía dejarse sentar en una silla de ruedas y su hija la animaba a ejercitar las piernas, la madre se dejó caer, agotada, sobre la silla. Cómo es este sueño, mamá? Duele mucho? La madre cerró los ojos, como agotada. Pues vamos a soñar otro sueño mejor, más feliz y apacible -le dio tiempo a decir a la hija justo cuando llegaba la persona que la sustituiría para acompañar a la madre en las horas de visita.
Por la noche sonó el teléfono: ya se había ido.
Esta vez aprovechó el momento en que nadie estaba presente para exigirle que se esforzara más. La enfermera entró en su guardia nocturna y todo estaba en orden. Salió de la habitación y cuando volvió a entrar ella ya había dejado este cuerpo. Y quizás soñaba un sueño más apacible y feliz.





A ella le gustaba tener en su vida (en la de vigilia y en el sueño de la noche) esa voz presente que le recordaba que todo lo que aparecía era una proyección de su mente
y que no había motivo para temer.


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