jueves, 29 de mayo de 2014

La tormenta.





La lluvia dejó tras de sí un aire claro y fresco.
Los pájaros vuelan por su casa recién limpia.
Los árboles se han lavado el pelo y las hojas hacen mejor su función de absorber el dióxido y transformarlo en oxígeno, como el más ejercitado practicante de loyong.
La tierra se ha perfumado;
la humedad actúa como el mejor perfume capaz de activar el olor natural -de la tierra, la hierba, el cemento de las calles...
El aroma sagrado del cuerpo de Dios que te embriaga hasta sacarte del sueño,
abrir los ojos y
despertar.


Las nubes como gigantes copos de algodón han ralentizado su viaje.





El mar hoy era como un espejo, plano; a veces la superficie de su cuerpo se curvaba como una sábana ligeramente ondulada por el empuje de una brisa suave.
Transparente y limpio.
Ayer mismo la espuma blanca en la orilla arrastraba restos de basura humana que la marea acaba devolviendo a sus dueños.

Hoy era gris y apacible en la playa.
Las bañistas entraban en el espejo de agua, deleitadas, agradeciendo al mar su abrazo limpio, al viento haber barrido el aire de impurezas, a la lluvia su frescor.
Entraban como ninfas en el agua, agradeciendo a Dios sus regalos cada día; a la vida, la vida; a la naturaleza, sus frutos; cada parto dolorido y cada muerte dócil. La dureza que nos hace fuertes, la entrega que nos hace sabi@s.




Hoy es un día para meditar, contemplar, orar, amar, disolverse, quitarse de en medio. Ser el otro, lo otro. Ser.
Y todo ello, en gran parte, gracias a la tormenta de ayer.




A veces, ella llena su santuario particular con las sadhanas tántricas e invoca a su yídam (su amiga invisible) y pasea de su mano por keajra.



Luego vuelve al planeta Tierra y en cada paso acaricia la piel de Dios,
en cada inspiración inhala su aroma y su luz, en cada forma ve la manifestación de su cuerpo.
En cada ser (humano, animal, vegetal o mineral; natural o artificial),
encuentra a su sangha.
Como una prolongación de su propio ser.


Thay dice que no necesitas inventar dioses, budas y bodisatvas lejanos, abstractos e inaccesibles, porque todos ellos se están mostrando a cada instante ante ti, en cada persona, animal o cosa con la que te cruzas, en cada sonido que escuchas, aroma que hueles o sabor que degustas, en la caricia del aire en la piel; en el amor que anida en tu corazón.



Una vez le preguntó a su maestro:
Cuál es la función de las apariencias que aparecen ante mi?
Y el maestro le respondió:
Hacerte sufrir.

Pasó el tiempo y apareció otro maestro y le preguntó:
Cuál es la función de las apariencias que aparecen ante mi?
Y el maestro le respondió:
Permitirte amar
y despertar.

Los dos maestros sabían lo que decían. Y no hay contradicción.
Como no hay contradicción entre Keajra y la Tierra Pura que pisas.


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