martes, 25 de marzo de 2014

El yoga de vivir.








Le gusta la tarde en su mandala.
Las luces del atardecer, cada vez nuevo.
La montaña del Tibidabo que se oscurece
y la diadema de luces que se enciende.
Le gustan los sonidos de la tarde.
El perro que llora, las persianas que se bajan, los pasos que se alejan;
la hora del descanso.
Le gusta esta franja de cielo iluminado sobre el horizonte,
bajo una nube gris oscura que cubre el techo de cielo.




Le gusta la noche, el calor bajo el edredón,
el descanso del cuerpo. Y de la mente.
Soltar ocios y negocios como globos de colores
que vuelan por el aire. Soltarlo todo
y descansar en el vacío acogedor. Ser vacío en el vacío.
Le gusta el viento que hace temblar las persianas
y el sonido de la lluvia sobre el suelo del balcón.
Y le gusta cuando sale del sueño (o del vacío) en mitad de la noche
para escuchar su música.


La arrastra la nada que ama tanto y aun así vuelve una y otra vez
a escuchar la caricia del viento en las persianas y la lluvia en la calle.
Esa melodía embriagadora.










Le gusta el despertar cada mañana, sin prisa,
cuando el sueño se ha agotado hasta la última gota.
Despertar biológico, le llaman.
Abrir los ojos como hacer balance, repasando la situación que aparece:
este cuerpo, este cuarto, esta ciudad, esta vida.
El mismo futón sobre el tatami bajo; aún una cierta agilidad para reincorporar el cuerpo.
Om om om, sarva buda dakiniye, vajra varnaniye, vajra berotzaniye, hum hum hum 
phet phet phet soha.
Como una evocación del cuerpo, palabra y mente definitivos,
mientras viste este cuerpo y lava esta cara y esta boca y desenreda este cabello largo y prepara la mochila para salir.
Le gusta el camino en bicicleta bordeando el puerto, estacionarla lejos de su destino para hacer el último trayecto a pie, hasta llegar a su gompa de meditación, de sabor a mar y sol (o nubes) con el café de la mañana.
El yoga de experimentar néctar.
La escritura en su oficina de aire de mar (eso que llaman "el trabajo" y ella
"la contemplación").




El baño en el mar de agua fría sobre las piedras que despiertan las plantas de los pies;
la piel como una armadura de hielo recorriendo la franja de arena de la playa hasta llegar a la piscina exterior;
la inmersión en ese vientre de agua, largos van y largos vienen;
la disolución otra vez, como agua vertida en agua.






La vuelta a casa en su caballo de ruedas.
El yoga de experimentar néctar en soledad.
La escritura. Eso que llaman "el trabajo" y para ella no es más que la prolongación de la contemplación.



Le gusta ver caer la tarde en su mandala, el despliegue de luces de colores, cada día nuevo y diferente...












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