.
La miraba delante de mí, en la mesa, tomándose un respiro -cosa poco habitual. Estábamos en la recta final del retiro de lamrim en el KMC
de Barcelona y todo había ido sobre ruedas como de costumbre. Tengo que confesarlo, que yo la echo de menos en las clases, en el PF de los martes y jueves y en el de los fines de semana. Ahora es directora administrativa
y ya no imparte clases (gran pérdida) ni asiste a ellas. Demasiado trabajo tiene con dirigir, coordinar y sacar adelante un proyecto como el KMC Mahakaruna, un nuevo centro para el estudio, meditación y retiros en Barcelona. Generalmente ni la vemos en las mesas a la hora de comer. Pero ya estábamos en la recta final y ahí estaba, sentada y alargando la sobremesa. Hace calor, dijo, y la miré, sonrosada, con esa expresión apacible eterna en su rostro, aún cuando esté enferma, como si las huellas del estrés no fueran con ella, como una manifiesta realización de la vacuidad del cuerpo.
La miré, pálida (ni tiempo tiene para salir y saludar al sol de paso)
y sonrosada por el calor. La expresión apacible, la sonrisa estable, la mirada clara. Como una virgen. Como una santa. Como una emanación de Tara. De Vajrayoguini. O de Heruka, qué más da; las dos caras de lo mismo. De Prajnaparamita.
Me levanté para dirigirme a la siguiente sesión del retiro. Pasé por su lado y la rocé con las yemas. Siempre lo hago, como para absorber, en el contacto, algo de su energía, una corriente de sus bendiciones.
Ya estaba bajando las escaleras hacia la gompa cundo algo me hizo volver sobre mis pasos, abrir la puerta y abrazarla por detrás. Abrazarla, acariciar su cabeza rasurada, besarla. Vi que la escasa audiencia que aún quedaba en el comedor me miraba. Devolví la mirada y dije, ¿os habéis fijado en que esta mujer es lo más, lo más...? No es que me hubiera quedado sin palabras, es que no quería ser demasiado explícita en mi veneración.
Ella sonrió como siempre, un poco más al dejarse abrazar, y dijo:
M. está borracha de bendiciones.
Es cierto.
No seré yo quien lo niegue.
Las bendiciones están ahí todo el tiempo, lloviendo a cántaros.
Los budas hacen bien su trabajo, día y noche, sin descanso. Lo único que tenemos que hacer tú y yo es descubrirnos (soltar ese paraguas de apegos, aversiones y confusión) y dejar que
nos toquen; abrirnos, entregarnos y dejar que se filtren, que nos empapen, que nos inunden hasta desbordarnos
de bendiciones.
Yo la llamo "mi hermana grande".
Se supone que es más joven que yo (oficialmente,
al menos en este cuerpo, en esta vida),
pero no tengo ninguna duda de que es mi hermana
grande.
Ésa en la que confías porque sabes que ha llegado más allá, que sabe más, que ha estado en más partes. Y es tu hermana
grande.
Para mí, Lochani es uno de esos cuerpos de luz
que sólo proyectan luz
de amor
y sabiduría.
Y no es el único en esta sangha
de Barcelona
llena de cuerpos de luz
que sólo proyectan luz
de amor
y sabiduría.
Qué gran suerte,
ser parte
de esta familia.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario