domingo, 15 de diciembre de 2024

La experiencia de la atención plena en los infiernos.

 


Cuando vuelve al presente, aquí y ahora, generalmente escucha el canto de las gaviotas
que no oía porque estaba mentalmente en otro sitio.
Eso es cuando está en casa, en el terrado, o en algunas otras situaciones de su acontecer cotidiano.

Alguien en los comentarios habla sobre la atención plena, aquí y ahora,
qué difícil cuando el momento es duro.
Es cierto.
Por eso se dice en el budismo que la mejor oportunidad para despertar
es la experiencia humana (una combinación de dolor y disfrutes, en el reino del deseo).
Cuando estás en los infiernos el dolor excesivo puede atraparte
y te impide ver, y comprender, y despertar.
Sin embargo, es precisamente en uno de esos momentos de dolor profundo que mencionas,
de duelo, de pérdida, cuando se puede tocar la no dualidad.
En medio de un instante de intensa tristeza
(el vértigo del mundo resquebrajado bajo los pies),
podrías vislumbrar que la tristeza y el dolor están hechos de la misma materia que la alegría y el disfrute,
la misma energía (el nirmanakaya) manifestada de formas aparentemente diferentes.
El dolor de la pérdida del ser más importante en tu vida, el abandono,
el tsunami que te desprovee de todo lo que posees, el mundo conocido,
ese dolor profundo y la confusión
no es diferente (en su material básico)
de la fascinación ante un mundo nuevo.
Sólo hay que entregarse a lo que es.
Porque la resistencia produce mucho dolor.



jueves, 12 de diciembre de 2024

La abundancia.

 


La práctica de la atención plena (o incluso parcial)
es un canto a la abundancia.
Aquí y ahora, presente, significa que soy capaz de ver lo que aparece,
y cómo aparece.
La plenitud de la respiración, este acto de amor con el cosmos.
El cuerpo universal que se encuentra con cada una de las células
de este aparente microcosmos.
Y el microcosmos disolviéndose en el cosmos.
Una vez tras otra.
El aroma del café fundiéndose en las fosas nasales, en los alveolos,
en los ríos que riegan este cuerpo, en los poros de la piel.
La lluvia fuera, la voz de la lluvia en el balcón.
El techo que la cubre.
Un canto a la abundancia.

La práctica de la atención es un canto a la abundancia que conquista a todos los miedos,
disuelve los fantasmas.
A veces es el miedo a morir (este cuerpo, esta mente,
este personaje en el sueño de Dios), 
y a veces es el miedo a vivir, a la pérdida, a la carencia.
A la disminución del yo.
La experiencia de carencia generalmente surge por comparación
y también porque asumimos ciertas necesidades básicas
(pongamos por caso: salud, dinero y amor),
que nos hacen sentir como seres minusválidos, en caso de ausencia.

Pero hay personas que pueden vivir experiencias de plenitud gracias a las condiciones que ha desplegado una enfermedad grave.
Y muchas personas sanas que viven sin vivir, presas de la insatisfacción,
el estrés, la frustración o la envidia.
Hay mucha gente pobre con dinero, y viceversa,
personas sin dinero que han dado prioridad a la libertad,
el tiempo personal consciente, la paz, la abundancia.
Y sobre el amor qué decir, sería un máster aparte.
Hay quienes viven una luna de miel permanente con Dios
(y de ahí su tendencia a la soledad, para la intimidad con el Amado)
y con cada una de sus criaturas, el nirmanakaya.
Y puede parecernos que está sola (sin amor) cuando nunca lo está.
Incluso en la noche oscura, cuando parece que el Amado se ha ausentado,
incluso entonces, sin amor el amor;
sin presencia, la presencia;
sin verle, la visión abrumadora, el silencio atronador.
Como la luna nueva, que sabes que está ahí aun cuando no la ves.
La presencia en la ausencia,
en la espera, ya sin espera, tan presente.

Así que digamos que la práctica de la atención, aunque sea parcial,
te conduce al reconocimiento de la riqueza de la que dispones,
la plenitud,
que vence cualquier miedo de carencia o pérdida.

La atención plena te conduce a la libertad, 
a la abundancia
y al no-miedo.
Cuando vislumbras el no-ser.