miércoles, 4 de septiembre de 2024

La visita.

 


A veces aparece.
Repentinamente, como una certeza.
Como una presencia.
A veces en un momento de quietud, contemplativa.
Y a veces en el movimiento.
Al apagar la televisión, como un desconectar de la hipnosis, un súbito darse cuenta
(esa certeza, esa presencia).
Al cerrar un libro.
O caminando por el pasillo, de la cocina al estudio,
un olor, un cambio de temperatura en la piel, como un soplo.
O pedaleando sobre la bicicleta.
Aparece esa presencia invisible, el instante de liberación, el total desapego,
la victoria final sobre el miedo. Sin contienda alguna.
La comprensión, que se descubre en toda su desnudez, para quedarse.

A veces tiene lugar esa certeza, esa presencia, invisible,
como un anuncio, como un preludio.
Como la luna nueva, antes de mostrar su primera línea creciente.
Está ahí, al alcance de la mano.
La comprensión, la liberación.
El no-miedo.
El amor como una lluvia que lo impregna todo, la entrega, la disolución.
Ahí está eso que la desintegra como un rayo,
como un soplo de viento desmonta un castillo de naipes.




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