sábado, 7 de septiembre de 2024

El cuerpo.

 


A veces escucha esa voz:
"El cuerpo ya no es esa fuente de placeres de antaño,
Tantas puertas abiertas para llegar a Dios, la luna de miel.
Ya no lo es".
Otra voz a la que no creer, otro pensamiento-trampa.

El cuerpo no puede dejar de ser lo que es, ese puente.
El aire en la piel, la brisa como una caricia,
solo la sientes porque aún tienes un cuerpo.
La piel, ese puente.
La gaviota en contemplación a su lado durante el desayuno,
la ve porque aún tiene unos ojos.
Su canto a ratos. Aún puede oírlo.
La presencia de la luna, de noche,
o de día, mientras este cuerpo se desplaza en el agua.
Nadar, ese abrazo total,
la caricia en el vientre, los brazos, el rostro en la inmersión.
El cuerpo sigue siendo el cuerpo, un puente a la liberación,
también del cuerpo.
Mientras dure.
Incluido el último momento, la última respiración.

Le llegó ese texto de Jane Goodall:

"Mi próxima gran aventura, a los 90 años, va a ser morir.
O no hay nada, o hay algo.
Si no hay nada no hay nada, ya está.
Si hay algo, no se me ocurre mayor aventura que descubrir qué es.
Y sucede que presiento que hay algo, 
debido a las experiencias que he tenido personalmente
y a las experiencias que me han contado otras personas.
Algunas de ellas muy poderosas.
Todo ello hace que sienta una gran excitación por mi próximo viaje,
esa gran aventura".




miércoles, 4 de septiembre de 2024

La visita.

 


A veces aparece.
Repentinamente, como una certeza.
Como una presencia.
A veces en un momento de quietud, contemplativa.
Y a veces en el movimiento.
Al apagar la televisión, como un desconectar de la hipnosis, un súbito darse cuenta
(esa certeza, esa presencia).
Al cerrar un libro.
O caminando por el pasillo, de la cocina al estudio,
un olor, un cambio de temperatura en la piel, como un soplo.
O pedaleando sobre la bicicleta.
Aparece esa presencia invisible, el instante de liberación, el total desapego,
la victoria final sobre el miedo. Sin contienda alguna.
La comprensión, que se descubre en toda su desnudez, para quedarse.

A veces tiene lugar esa certeza, esa presencia, invisible,
como un anuncio, como un preludio.
Como la luna nueva, antes de mostrar su primera línea creciente.
Está ahí, al alcance de la mano.
La comprensión, la liberación.
El no-miedo.
El amor como una lluvia que lo impregna todo, la entrega, la disolución.
Ahí está eso que la desintegra como un rayo,
como un soplo de viento desmonta un castillo de naipes.