jueves, 24 de noviembre de 2022

Instante eterno.

 



Que se eternice el instante.
Surge como una oración, como un mantra.
"Que se eternice el instante" no quiere decir este momento concreto,
la contemplación del cielo cubierto y el mar rizado, desde su atalaya.
La quietud en el pueblo sembrado de islas verdes, bajo sus pies.
El silencio. El vuelo de las tórtolas.
Sabe que eso no es posible.
Querer eternizar las manifestaciones sería un deseo fallido,
como detener el movimiento de las olas en el océano.

Aun así, su oración:
Que se eternice.
El asombro, la fusión de este instante, la disolución.
La plenitud.
El amor sin la palabra "amor".
El amor como una explosión natural e inevitable.

Cuando el escenario cambie al ritmo de las agujas del reloj,
que se mantenga este instante interior.
En el tren de vuelta a casa, con vistas a los acantilados, los espigones y rompeolas.
Que se mantenga el asombro, la rendición (nadie ya para rendirse).
En la reunión de la comunidad de vecinas, por la tarde;
en el regreso a la cama, bajo el edredón; en el sueño.
En el despertar a un nuevo día
(tengo por delante 24 horas para ser feliz y hacer felices a los demás).
En el ritual del desayuno silencioso, la ofrenda, la contemplación.
En el taller que compartirá en la mañana, despedida y abrazos.
Que se mantenga la disolución
como agua vertida en agua.

Tengo por delante una vida para vivir en el cuerpo de Dios.
Y Dios tiene una vida para vivir en este cuerpo.
Que se eternice el instante.
Que no olvide más.




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