miércoles, 18 de septiembre de 2019

Buda y los maras.







A veces, la vida es como Buda meditando bajo el árbol,
intentando el silencio y la plenitud,
y proyectando un ejército de maras,
en forma de apariciones externas
o internas.

Una nube de pensamientos
proyectando una nube de amenazas.
Frases hechas de autocondena, comparaciones, competividad,
dudas, relatos de culpabilidad y menosprecio.
Una sucesión de maras actuando para su causa,
para la hipnosis y el control.
Pero tú sabes que ellos mismos son fantasmas
y alucinaciones proyectadas por tu propio karma
(tus propias tendencias, tanto tiempo practicadas y fortalecidas)
y que no basta con protegerse,
negarlas o rechazarlas.
Que tienen una función y están llenas de significado.

Por ejemplo, todas esas condenas, culpas y menosprecio
se dirigen a un yo
y no hay mejor momento para investigarlo, buscarlo,
y decidir si es eso con lo que te vas a identificar.
O no.
Dónde está ese yo tan incapaz,
pequeño e insuficiente.
Si hay algo ahí por lo que merezca la pena seguir sufriendo.







Esta confianza en el sentido de las cosas
(de las situaciones, las apariencias, incluidos los maras)
es lo que la hace deleitarse en la aventura,
incluso cuando toca padecer.

Y así, entendía tan bien a Teresa de Ahumada cuando escribía:
"¡Oh, que no puede faltar en el padecer
deleite!"






Es cuesta arriba y duelen las piernas.
Y las pocas apoyaturas en las que te sostenías se están resquebrajando por el camino.
Pero todo eso, esa desnudez progresiva,
te está acercando un poco más a la esencia.

Sólo tienes que mirar con más atención la película que vives,
para comprenderla.

Todo está aquí.
No necesitas viajar a las montañas sagradas para encontrar a Manjusri.
O a Tara.







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