martes, 21 de febrero de 2012

Por qué estás aquí?

.





A menudo comienzo la clase,
o la meditación guiada, preguntando:
por qué estás aquí?
Es una pregunta que me hago a mí misma continuamente, periódicamente, como un mantra, haga lo que haga.
No es bueno poner el piloto automático y actuar como un robot.
Está bien despertar a lo largo del día (pequeños desperezos)
y preguntarse: Por qué estoy haciendo esto?
(comer, trabajar, ir a la compra, lo que sea)
¿Es un momento significativo de mi vida? ¿Le estoy dando significado?

Pregunto, al inicio de la clase:
por qué estás aquí?
Y no es una pregunta retórica.

Las respuestas casi siempre son variantes en torno a lo mismo:
para relajarme, para parar mi mente, para desarrollar paz,
para conocer mejor mi mente,
para aprender a ser feliz,
para...

Si te fijas, es como una confesión:
Porque no estoy bien.
Porque necesito ayuda.
Si te fijas, es como una petición de ayuda, como un ruego.
Y por eso funciona, la mayoría de las veces.


Necesito ayuda.









Tú no puedes ayudar a quien no quiere ser ayudad@;
a quien no sabe que necesita ayuda, o no quiere saberlo;
a quien no soporta que le digan cómo hacerlo mejor, oír propuestas, sugerencias.

Dicen que el orgullo es el peor enemigo del aprendizaje y el crecimiento;
en definitiva, no es la ignorancia, es el orgullo.
Así que cuando alguien reconoce humilde, honestamente: necesito ayuda,
y se abre a lo que la vida tenga que ofrecer,
ya tiene la mitad del camino hecho.


El buda de la medicina.

Yo suelo preguntar "por qué estás aquí"
porque, en la búsqueda sincera, casi todo el mundo reconoce
humildemente
(lo diga en voz alta o no, da igual):
porque no estoy bien,
porque necesito ayuda,
porque quiero ver qué tienes que ofrecerme
para mejorar.

Como cuando vas al médico.
Explicas tu situación (no estoy bien).
Y el médico, o la médica, te hace su diagnóstico y receta
un tratamiento.
Y tú preguntas
y disipas tus dudas.
Porque sabes que en última instancia tú decides si quieres tomar ese analgésico o no,
ese antipirético o lo que sea,
tú filtras la información y decides.
Pero si te convence, racionalmente,
o si intuyes que por ahí debe ir la cosa,
si tienes confianza,
acoges la prescripción con entusiasmo
y la pones en práctica.

No basta con leer la receta (qué buena idea, qué excelente producto, qué eficaz);
no basta con celebrar las magníficas cualidades del producto
y del especialista que te lo recetó.
Lo tomas, lo pones en práctica
y contemplas sus efectos.
















.

2 comentarios:

  1. Llevo varios días reflexionando por qué no me quiero tomar mi medicina 'espiritual', por qué no quiero pedir ayuda, y sí, es por mi orgullo, pero es esa otra cara del orgullo, el orgullo 'deprimido' que le llamo yo, que no se cree que puede haber una vida mejor, mas feliz, mas serena y piensa 'mejor lo malo conocido', es ese orgullo el que no me deja avanzar. Necesito el deseo de ser feliz y liberarme del sufrimiento y que mi orgullo se crea que esto es posible. Un abrazo Marié, muchas gracias por tus palabras.

    ResponderEliminar
  2. El orgullo "deprimido" no deja de ser orgullo, como ya sabes;
    la "importancia personal" del yo, yo, yo... -puedo, no puedo, da igual, el caso es la excesiva importancia personal del "yo".
    La cosa en realidad no es muy complicada.
    Para saber que una cosa es posible, o no, basta con probarla.
    Ponemos en práctica las meditaciones (el método, el tratamiento que nos propone el médico), de corazón, a tope (como cuando jugábamos de niñ@s y nos lo creíamos a fondo) y vemos qué pasa.
    Si algo cambia.
    Y cómo.

    Gracias a ti por compartir. Tus dificultades son las de tod@s nosotr@s. Y compartir nos hace sentirnos menos sol@s, en nuestras dificultades y aciertos y en todo lo demás.

    Abrazo.

    ResponderEliminar