lunes, 11 de enero de 2010
Año nuevo, meditar en la muerte.
Comenzamos las clases del nuevo año meditando en la muerte.
¿Te suena contradictorio,
fuera de lugar?
Pues no lo es.
Porque meditar en la muerte te ayuda a vivir.
Porque aprender a morir te ayuda
a aprender a vivir
una vida con significado.
En qué consiste meditar en la muerte?
Para empezar, recordar que forma parte de tu vida.
No llegaste al mundo con un carnet de inmortal bajo el brazo.
Esto se acaba. Y no porque no te guste la idea (o te guste) deja de ser cierto.
Esta experiencia, esta existencia que estás viviendo tiene fin.
Y deprimirse no tiene sentido. Lo que tiene sentido es aprovechar cada día, cada instante, sacarle partido de la mejor manera posible.
¿A veces tienes la impresión de que la vida es muy larga? ¿Ya tendrás tiempo de hacer todo eso que deseas tanto, realizar tus sueños, crecer, ser mejor, más completa, una persona más sabia y feliz?
¿Ya tendrás tiempo de aprender todo eso cuando acabes lo que tienes entre manos: la carrera, el trabajo, cuando se hagan mayores tus hij@s? ¿Cuando acabes la comida o la colada?
Pero las tareas mundanas nunca se acaban, detrás de una aparece otra.
Por otra parte, el momento de la muerte es impreciso. Ninguna vida tiene una fecha de caducidad determinada, no puedes saber con certeza si te queda mucho o poco tiempo por delante para cumplir tus proyectos, así que más te vale ponerte en marcha ahora, ya.
El tercer razonamiento para meditar en la muerte consiste en pensar en qué te ayudará en ese momento.
A qué dedicamos la mayor parte de nuestra vida? Probablemente, a asegurarnos el bienestar material (posesiones, poder, una buena imagen...); a ocuparnos de nuestra familia, de las relaciones sociales; al cuerpo (compras, vestidos, alimentación, embellecimiento...).
Pero en el momento de tu muerte, todas tus posesiones y poder no te van a ayudar; tu familia y amistades no te van a ayudar y, ciertamente, tu cuerpo no te va a ayudar.
¿Qué puede ayudarte entonces, en ese momento?
Tu habilidad para mantener paz mental en cualquier circunstancia (incluso en el dolor físico), tu capacidad de concentración, tu realización de la vacuidad.
Tu desapego, que te haga fácil soltar...
Tu realización del amor y la compasión, que te conecte con la mortalidad de todos los seres.
Tomar y dar.
La alegría.
Y, si te fijas, todo eso que puede ayudarte en el momento de la muerte es lo mismo que te ayuda a vivir
una buena vida,
con significado.
Conseguir una maestría en estas habilidades no es más difícil que obtener todas las posesiones, carreras, oposiciones, la casa de tus sueños, el coche más rápido o la pareja que crees que te hará feliz. Todas esas cosas que se llevan tu tiempo, tu energía y, sin embargo, no te garantizan la felicidad en la vida ni mucho menos en el momento de la muerte.
Por eso es importante meditar en la muerte. No para deprimirnos sino para restablecer prioridades.
Y reorganizar nuestro tiempo y nuestra energía.
Para dedicarle algo más de atención a las cosas que sí tienen el poder de hacernos felices (nuestra capacidad interior de paz, amor, concentración, alegría, comprensión)
en la vida
y en la muerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Queridísima Marié, cuando me he puesto a preparar mi última entrada, he visto que habías publicado una nueva. He resistido la tentación de venir a leerla porque quería centrarme en lo que estaba haciendo (y, de paso, acabar cuanto antes para poder prepararme para mañana y no irme a la cama demasiado tarde). El caso (¡cómo me enrollo!) es que no la había leído hasta ahora. Y ahora la encuentro perfecta, porque es sensacional que alguien, tan sabia como tú, me quite todos los complejos, esa sensación de buena vida cuando hay tanto sufrimiento a nuestro alrededor. Ya sé, porque nos lo has explicado varias veces, que para hacer felices a los demás debemos empezar por una misma, pero, esa sensación de desazón (que yo, para disimular, atribuyo al afán del picapinos) no me la pudo espantar con facilidad.
ResponderEliminarGracias, Marié, no puedes imaginar el bálsamo para el espíritu que eres para mí.
Emi, ¿has visto una vez un Buda con cara de amargado?
ResponderEliminarTod@s tienen una expresión feliz.
Disfruta de tu experiencia humana, porque es la mejor manera de estar receptiva y abierta a los demás.
Meditar en la compasión (el sufrimiento de los demás seres) no implica más sufrimiento sino más amor.
De hecho, yo creo que sólo una persona con buen corazón tiene la capacidad de ser feliz de verdad; más feliz cuanto mejor corazón.
El egocentrismo y la estimación propia nunca satisface, nunca tiene suficiente.
Disfruta sin complejos.
De esa forma que tú sabes disfrutar.
No haces daño a nadie y te hace más fuerte -para ti y para los demás.
gracias por el link de amancio prada, me gustó y no lo conocía. muy interesante tu blog... me lo voy a leer tranquilamente, me encantan estos temas. 1saludo! mariahlápiz.
ResponderEliminarDe nada, Mariah. Conectaba muy bien con tu texto.
ResponderEliminarEse poema de Agustín García Calvo es casi un himno personal
para mucha gente.
Lástima que nos resulte tan difícil ponerlo en práctica.
Cosa de los apegos, la inseguridad personal, la necesidad de control...
En el modo de amar budista existe una premisa básica (el primer escalón casi siempre es el más difícil):
Cuando te encuentres con otra persona (tu pareja incluida, tus hij@s, tu madre...) piensa que tiene derecho a la felicidad y a la libertad, exactamente igual que tú (la meditacion en igualarse).
Nuestras relaciones serían algo diferentes si pensáramos esto desde el corazón, ¿verdad?
Nuestro sentimiento de amor y alegría sería mucho más intenso, sin duda.
Aún en las peores situaciones.