viernes, 29 de noviembre de 2024

No se puede vivir con tantos relatos.

 


No se puede vivir con tantos relatos.
Y tampoco se puede morir, con tantos relatos.
Ideológicos, políticos, religiosos, espirituales, filosóficos.
Y también personales. El relato de tu vida, los relatos.

Como un juego de mesa, pones sobre el tablero la historia de tu vida.
El relato de tu madre no concuerda, es otro.
El de tu hija y el de tu hijo son otros, a veces se contradicen.
El de tu pareja y el de tu ex.
Relatos diferentes sobre lo mismo.
Tu amiga tiene otro.
Decides que no se puede vivir con tantos relatos, cargarlos a cuestas.
No puedes hacer tuyos todos los relatos, cuando ni siquiera te crees el propio.
Cuando ni siquiera los propios relatos los haces tuyos, tu enfoque personal.
Todas tus historietas y batallas son demasiadas para vivir en paz.
Y para morir en paz.
Quisieras no irte de aquí con tanto ruido, inquietante despedida.

Suena como un motor sin tregua, en el taller vecino, que no descansa de día ni de noche.
Los relatos se cuelan en el sueño y, lo peor, los juicios,
las culpas, los premios (si los hubiera) y castigos.
Al final no ves muchos premios, si acaso un débil veredicto de inocencia
o un no-culpable.

No se puede vivir (en paz), o dormir o morir con tantos relatos.
Más vale dar rienda suelta al silencio, tan dulce y sanador.
Tan amable y amoroso.
Y, a fin de cuentas, es más realista.
El silencio.







domingo, 3 de noviembre de 2024

El nirmanakaya.

 


Dijo: Ya no me cuentes más cuentos, ni siquiera "sagrados", 
de budas airadas de cuerpos rojos y azules, colmillos y avalorios de calaveras humanas.
No hace falta inventar otros mundos sagrados, de héroes y heroínas,
gotas y aires y canales,
si no soy capaz de ver este mundo sagrado que ya aparece.
Los fenómenos airados ya están aquí,
no necesito imaginar espadas de la sabiduría que cortan cráneos (el mío),
carne y huesos (los míos) para hacer ofrendas de néctar sagrado.
De qué me sirve imaginar un millón de veces mi cuerpo vivo descuartizado en ofrendas, en un plano,
si en este plano me hablas de la inconveniencia de la donación de órganos y tejidos,
de un cuerpo ya sin vida.
Déjame hace mi propia ofrenda, allí, pero también aquí. Si hubiera diferencia.
Que traiga la sadhana a este plano.
Su amigo le dijo una vez: Sal ya de ese refugio tan cozy.
Y ahora sí.
Ya tiene bastante de la zona de confort del mundo sagrado imaginado.
Ni la valentía ni la fe son tales cuando todas las amenazas están libres de efectos,
en un cuento de ficción.

Abre los ojos después de la meditación de la mano de esa sadhana, ese viaje,
y aquí está, este mundo sagrado de espadas de la sabiduría en forma de lluvias e inundaciones.
De amigos, enemigos y desconocidos,
que sin sensación de pérdida quisiera ofrecer.
Todos los mundos y todos los reinos están aquí, en este mundo que aparece.
Tú lo llamas samsara, y perturbaciones mentales,
a lo que yo llamo el nirmanakaya, el cuerpo de Dios manifestado,
a veces en formas que te gustan y a veces menos.
Budas airados y budas amables, pero budas al fin.
No hay nada que no sea el cuerpo de Dios.

No me cuentes más cuentos sagrados si me alejan de este cuento sagrado que ya aparece sin esfuerzo.
Transformar las apariencias equívocas no significa cambiar de disfraz o inventar disfraces nuevos,
significa que en cada disfraz, en cada forma que aparece espontáneamente,
yo sepa ver la cara de Dios.

Que sepa ver la cara de Dios en cada apariencia.
Que las anteojeras de mi egocentrismo no me engañen,
que yo pueda ver a Dios.
En esto se resumen los once yogas. Y todos los demás.