Su primer retiro de meditación llegó a su vida como por "azar".
Hacía poco que frecuentaba aquel grupo budista.
Conocerles también parecía haber sido una jugada del azar.
Había acudido como periodista a cubrir una sesión de meditación
y se encontró con unas enseñanzas que ella acabó definiendo como "la mejor ciencia de comprensión de la mente" que conocía, después de largos años de búsqueda en la psicología y la filosofía.
De repente, en la primera meditación budista a la que asistía, le había parecido comprender que el origen del sufrimiento humano era la excesiva importancia personal,
el egocentrismo que hacía que fuera tan dramático todo lo que le ocurría a una misma.
Cualquier gran problema que le parecía vivir, visto en la distancia, si les pasaba a las demás personas, resultaba menos duro y más llevadero.
En resumen: a más egoísmo más sufrimiento;
a menos importancia personal, menos drama y más contentamiento.
Decidió quedarse un tiempo en el grupo budista para profundizar en ello.
Llevaba poco tiempo asistiendo a las meditaciones cuando recibió una llamada de la monja del centro.
Le contó que alguien que se había inscrito para el retiro de verano finalmente no podría asistir.
Contaban con un vuelo pagado y una plaza disponible y se las regalaban si se animaba a asistir.
Ella tenía otros planes para el verano y decir que sí requería afectar a otros miembros de la familia, pero en eso no hubo problema.
Por otra parte, surgían ciertas dudas.
Se trataba de un retiro internacional en un lugar apartado del mundo, de complicado acceso.
¿Y si resultaba ser una secta peligrosa y se llegaba a encontrar allí en una especie de encerrona de difícil salida?
O si simplemente resultaba ser mortalmente aburrido?
Decidió que solo lo sabría si acudía allí.
Al menos entendería un poco mejor de qué va esto y sabría a qué atenerse en el futuro.
En el momento de la inscripción, la monja le explicó que había dos retiros diferentes en el mismo lugar y ella tenía que elegir: el retiro de sutra o el de tantra?
Qué es eso del tantra?, preguntó ella.
El camino rápido, dijo la monja.
Ah, no, pues entonces el otro; a mí déjame disfrutar del camino sin prisa -respondió ella.
La monja la miró un momento y decidió: Tantra.
No lo discutió. Qué sabía ella?
Así que fue a su primer retiro por azar
y resultó ser de Alto Yoga Tantra.
Apenas llevaba un par de días en el retiro cuando empezó a pensar que todo aquello era un despropósito.
Aquel mundo imaginado de mandalas, dakas y dakinis, héroes y heroínas, budas de color rojo y colmillos, ataviadas con calaveras y espadas que cortaban cuerpos imaginados también, en especial el propio. Todas esas oraciones descabelladas. Y estas personas tan racionales que se mueven en este escenario imaginado y surrealista como si fuera real.
Ya el segundo día de su estancia empezó a reír de lo descabellado de la situación y la risa se quedó con ella hasta el final del retiro. Pero era una risa tierna y muy amorosa, como cuando te ríes de un juego inocente de la infancia.
Y entonces apareció esa idea, ante el despliegue de tanto despropósito:
¿Y si el mundo de ahí fuera, de donde vengo, que a mí me resulta tan real y familiar,
y si fuera también un despropósito, un mundo imaginado y loco?
Y tenía motivos para pensar que así era.
Se vio a sí misma allí, corriendo tras la felicidad en objetivos que la distraían de la felicidad, cuando no la alejaban de ella.
Se vio enfadándose por pequeñeces a las que otorgaba gran importancia, saboteando su paz y su propia vida, y la de las demás.
Vio un mundo de personajes con la piel en carne viva, tan sensibles a supuestas agresiones externas.
Vio un mundo imaginado y caótico.
Y a ella le había parecido siempre tan real, sin cuestionamientos.
El mundo de donde venía era tan despropósito como esta "tierra pura" imaginada,
solo que no era una tierra pura, sino de conflictos.
Cuando regresó a casa, al final del retiro, el mundo al que regresó ya no era el mismo.
Era un mundo soñado, imaginado.
De seres en conflicto, sí, pero eso era debido solo a la ingenuidad de estos seres.
Sufrían, sí, pero también se cuidaban, a pesar de todo.
Se hacían daño (a sí mismos y a los demás) pero ahí estaban, volviendo a intentarlo.
Era como si hubiera tenido lugar uno de los 11 yogas de los que había oído hablar en el retiro:
el yoga de la purificación de los seres migratorios.
Los seres que encontraba de nuevo, a su regreso, los mismos de antes,
ahora eran otros, como purificados por una mirada de comprensión, de amor.
Y ahí se había quedado la risa, la sonrisa, tan tierna.
(En budismo la llamaban compasión).
Y ahí se quedó ella, también.
Cada día cuando se levantaba encontraba que aún estaba ahí.
Pensaba: Sé que desaparecerá, esto que siento, esta visión.
Todavía estoy bajo la influencia de los efectos del retiro, como una estela que se acabará disolviendo.
Estoy preparada, se decía cada mañana.
Y cada noche.
Sé que esta experiencia desaparecerá, estoy preparada.
Pero ahí estaba.
Pasaban las semanas, y los meses, y los años. Y ahí estaba.
Se quedó en el Alto Yoga Tantra porque era un estado apasionante, y un viaje apasionante.
Y le ponía difícil olvidar que este mundo de vigilia también era imaginado.
Y para imaginar ya estaba bien la práctica del Gran Gozo y la vacuidad.
Entregarse a esta experiencia, hacer inmersión en ella.
Este nuevo mundo donde vivir.
No digo que fuera una forma más acertada o menos que otras, de entrar en el camino espiritual.
Pero, tal como le dijo la psicoterapeuta budista Mariana Caplan, en una entrevista:
A veces entras en la práctica por razones equivocadas pero no importa
porque el camino en sí es inteligente y acaba mostrándote lo que Es.
Aquellos fueron los inicios.
Todo empezó por azar, o por razones equivocadas. O no.
Porque se dieron ciertas condiciones.
En cualquier caso, aquellos fueron los inicios.
Aún tenía mucho camino por delante, sin saberlo.