Como las fotos en el móvil, que retornan aleatoriamente, sin buscarlas
(de salidas y puestas de sol, mares y montañas, la gaviota junto a la bandeja del desayuno),
parece que aleatoriamente regresan los textos recogidos en los viejos diarios de papel.
Éste es uno de ellos, en el que se recordaba a sí misma:
"No estás triste, estás distraída".
Y venía a decir algo así:
Esta tristeza que se manifiesta como falta de energía.
O esta falta de energía que se manifiesta como tristeza.
Frustración. Insatisfacción.
Al final es lo mismo.
Tienes una buena salud, relativa pero funcional,
que te permite caminar durante horas por la montaña,
darte un baño en el mar en cualquier época del año;
ojos para ver amaneceres y atardeceres,
y el paisaje celeste como una metáfora de la vida,
impermanente, siempre en transición.
Oídos para escuchar el canto de los pájaros,
la presencia de los pájaros, parte del vecindario del barrio,
en las calles, en el terrado, en el balcón.
Aún puedes comer y degustar el campo en tu plato, el cosmos,
desaparecer en la ofrenda que se te regala.
Tienes un techo que te protege del sol hiriente del verano
y el frío del invierno.
Tienes comida en la despensa, y en la nevera.
Una vida de múltiples relatos, que se ha ido haciendo en la trayectoria
y nuevas vidas como afluentes, primero,
como ríos en sí mismos,
que siguen construyendo vidas, con su propio guion, su propio karma.
Tienes una red de afectos que nutren tus días.
Qué es lo que falta?
Y aparece una vez más la misma respuesta de siempre.
O dos, que son la misma.
1. Inactiva la "cocina mágica" en el centro del pecho, o del hara,
que no realiza su función de cocinar amor ininterrumpidamente, día y noche.
Has dejado de cocinar amor.
Y 2. Aquel toque de atención: "No cambias".
La identificación excesiva con este pobre personaje separado, tan frágil,
tan necesitado de tanto.
La "cocina mágica" que produce amor destruye con su fuego
las pequeñas preocupaciones del yo separado,
porque el amor se proyecta en todas direcciones y te hace grande, extensiva, envolvente.
Es lo mismo.
El amor que te hace ver la vacuidad del pequeño yo. Esa libertad.
Te has estancado en el paso previo y la "cocina mágica" no acaba de arrancar.
Y aquí estás, muriéndote de hambre ante una mesa repleta de abundancia,
como un espíritu ávido más.
Hasta que el fuego vuelva a prenderse y el fantasma se disuelva
y la venda caiga de los ojos
y vuelvas a ver con la mirada que ve,
la mirada de sabiduría.
No es que estés triste, es que has olvidado, por un momento.
Sólo estás distraída.
El Jose: Me falta algo.