Su amiga le contaba que su pareja estaba sufriendo mucho con un dolor de muelas,
que había pasado la noche sin dormir apenas y esperaba pasar el día descansando en lo posible y recuperándose con algunas horas de sueño.
Ella había decidido quitarse de en medio y había quedado para comer con un amigo.
Quería celebrar el no-dolor de muelas, dijo.
El no-dolor de rodillas o de lumbares.
El no-dolor.
Quería celebrar la abundancia,
las amistades, el amor, la red de apoyo en este naufragio.
"En este naufragio", eso dijo.
Ella recordó aquellas palabras, dicen que de Platón:
"Sé amable con quien quiera que te cruces
porque está librando una gran batalla".
La batalla, el naufragio.
Así lo vemos cuando el yo está contraído, temeroso. El yo-miedo.
Tomó un sorbo de su pequeña taza de café, fuerte, recién molido, profundamente aromático.
Inspiró.
Cogió un trozo de papaya del cuenco de cerámica.
Dulce y madura. La degustó.
El cielo cubierto de nubes la protegía del sol.
La temperatura cálida, el aire y el suelo limpios después de la lluvia de la noche.
Los árboles quietos, descansando las hojas en las ramas, húmedas y verdes.
Si es un naufragio, a menudo las aguas están calmadas y la balsa resulta fuerte y segura.
Si es una batalla, los tiempos de tregua son un deleite y abundantes.
Más abundantes que los tiempos de guerra.
Y sin embargo definimos la experiencia (la vida, la historia) por los tiempos de guerra,
no tanto por los tiempos de paz.
Y mantenemos la visión dualista, de guerra y paz.
Cosas de yo-miedo.
El yo-miedo necesita construirse una zona de confort, aparentemente segura.
Pero el mayor confort, la mayor seguridad, la encuentras cuando sales de esta dualidad
que alimenta el miedo.
Abrir los brazos, la entrega, a veces resultan liberadoras.
La rendición puede ser la mayor victoria.
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