martes, 29 de octubre de 2019

Todo está dentro.







Quizás te puede llegar a molestar escuchar que "todo está en ti",
y en mí.
También las cargas salvajes indiscriminadas y el abuso de poder
y las manipulaciones y la mentira
y el relato falso.
Qué tiene todo eso que ver conmigo, una persona tan correcta,
amorosa y espiritual?

Y puedes pensar que "hay personas con diferentes niveles de vibración",
mejores y peores.
¿Es que no lo veo?
Y tu maestra es un foco de luz, profundamente despierta.
Y Nisargadatta. Y Krishnamurti.
Como un chute de verdad directamente a las venas.
Y fuera de eso, todo es oscuridad y bajas vibraciones.
Y de ahí el secreto de que depende quién manifieste la Verdad
podrá oírse o no,
y solo tiene poder
y efectos
si procede de la Fuente.

Y yo digo que desde esa dualidad discriminatoria es difícil a llegar a Dios.
Podré entretener el camino jugando con personajes
buenos y malos,
sabios y necios,
almas con baja vibración y otras con alta vibración.
Pero desde el ser limitado y separado no voy a llegar a la Unidad.
Y solo desde Dios puedo llegar a Dios.







Puede que te moleste si te digo que toda esa guerra externa está también dentro de ti, y de mí.
Quizás crees que nunca podrías hacer nada parecido.
Y sin embargo, en otro contexto reconoces que sufres el dolor y la culpa de viejas actitudes,
el dolor provocado, las tendencias aún vivas que reprimes dolorosamente
porque "no quieres ser así".
Arrasando la paz en tu interior, como un campo de batalla
devastado después de la guerra
y durante la guerra.

Sí, hermano querido:
el opresor y la víctima también están en ti.
Y en mí.







Un amigo me cuenta que una gran amiga, por quien daría la vida,
y ella habría hecho lo mismo por él en otro tiempo,
ahora ha estado saboteando un proyecto importante.
Lo comenta sin odio ni resentimiento,
y volcado en recuperar su amistad.

Él sabe bien que lo que podría llamar "traición"
es natural cuando alguien se siente enfadado,
que es lo mismo que decir herido.
Como una fuerza profunda desde el corazón que le lleva a atacar,
en la ilusión de supervivencia.

Cuando reconocemos que el monstruo también está dentro
(de ti, de mí, de tu amiga, de tu compañero más amado)
todo está comprendido
y no hay nada que perdonar.
Y el concepto
y la experiencia de traición
ya no existen.






El perfeccionismo y la máscara de amor universal impoluto
que insistimos en imponernos
cuando aún somos un ser humano completo
(de heridas y celebraciones, de luces y sombras),
esas exigencias y expectativas
solo nos convierten en impostores traicionándonos a nosotros mismos.
Y arrasando nuestro propio campo de batalla interior.

Reconocer dentro la dualidad que aparece fuera
es liberador
y nos permite disfrutar la aventura en su plenitud.

Sustituir el juicio por el humor ayuda.
Acoger y abrazar a estos yos más heridos,
en vez de negarlos e invisibilizarlos,
también.


Todo está dentro.
Comprender esto es amar. Sin condiciones.
Es liberarse de la ilusión de amenaza.
Es prepararse para el campo de batalla
tanto como para la paz.
No hay una gran diferencia.





viernes, 25 de octubre de 2019

El campo de batalla.







A veces la vida te da un respiro y se manifiesta la perfección,
la plenitud.
El sol cálido, quietud en el cuerpo, la mente contemplativa, receptiva.
El canto de la tórtola ha vuelto y el de las golondrinas aún no se ha ido.

Aún siente en las piernas el masaje de las olas del mar, ayer,
agua y tierra bajo los pies, en los muslos, en el vientre,
activando la circulación de retorno.

Luego, el grupo de estudio apareció otra vez como un campo de batalla,
removiendo profundidades.
Como el mar con su fuerza,
sacudiéndola.

Surgió el tema del hoponopono, cómo creamos la realidad que se manifiesta
y cómo el campo de batalla externo refleja el campo de batalla interno.
Tan obvio para todo el mundo en el grupo.

Pero el debate se acalora.
Alguien comparte sus meditaciones tántricas de proyección de amor y paz
y la visualización de un mundo que se transforma en amor y paz.
Otro alguien cuestiona la validez de la experiencia meramente contemplativa
y evoca a los maestros y maestras que dirigen a otro estado de conciencia a los seres de este mundo,
que nunca va a cambiar.
Otro alguien considera que esas maestras y maestros sólo son una proyección del propio maestro interior,
todo es una manifestación del Yo-grande.
Reconozco lo que dices y cómo lo dices, y cómo lo vives, te reconozco
porque estás dentro de mí.
Y también el amor que tú proyectas,
porque está dentro de mí.

¿No era eso lo que parecía tan obvio hace unos instantes,
como una bella teoría de la Verdad?






Más tarde, en torno a la mesa, en el compartir más informal,
alguien explica cómo las grandes resoluciones y condenas internacionales de las actuaciones genocidas y criminales de algunos gobiernos,
en realidad no tienen ninguna consecuencia práctica.
Este mundo no va a cambiar.

Hablamos de política exterior y no nos damos cuenta de que estamos describiendo la realidad interior.

Afirmamos teorías liberadoras, como un alarde de comprensión, de realización
(como las grandes declaraciones internacionales de paz y condena de los actos genocidas y contra los derechos humanos),
pero no siempre con efectos prácticos,
y seguimos arrasando en nuestro interior,
creando destrucción,
haciéndonos daño en todas direcciones.

Es muy peligrosa tu equidistancia, dice alguien.
¿Equidistancia?
Tomo partido fuera
y dentro.
Actúo como Arjuna,
en el campo de batalla externo
y también en el interno.

Tomo partido y actúo.

Pero no olvido ni por un instante que
todo
lo que parece que aparece fuera
está en mí.

Que todo está en mí.






lunes, 14 de octubre de 2019

La felicidad era esto.








Lo puede recordar ya mismo: "la felicidad era esto".
Ya está aquí el momento futuro en el que recordará que
la felicidad era esto.
Es consciente.
De su mandala.
El escenario cambiante del cielo, siempre sorprendente,
desplegando vestidos de luces de colores, día y noche.
Las montañas verdes acogiendo los terrados urbanos.
El murmullo del mar
y las gaviotas planeando sobre su cabeza.
Este atardecer,
la música árabe, que se desprende como aromas
de un patio vecino.
El tiempo detenido.
La consciencia del instante eterno.

También hay nudos, claro,
y deseos que brotan de su experiencia dual.
Ese lugar en el mundo,
donde el templo iluminado, que una vez reconoció como
"su lugar en el mundo",
y sueña con habitar.
Aún hay llamadas.
Pero no perturban su paz.
Las reconoce (deseos, aversiones,
indiferencia a veces)
y espera a que la vida revele sus planes.
Sin más.
Consciente de que la felicidad es esto.

No va a esperar a que el sueño se disuelva para reconocerla.






viernes, 11 de octubre de 2019

En el padecer, deleite.








Juntó las palmas de las manos a la altura del corazón
y era la señal para anunciar el compartir, permiso para hablar, desde el corazón,
cuando el grupo activaba la escucha profunda,
desde el silencio interior.

"¡Ah, que no puede faltar en el padecer deleite!"
Leía a Teresa de Ávila cuando, en medio del poema, apareció esta exclamación que me inundó el corazón y el cuerpo entero.
Ni de lejos habría podido yo describir con tanta precisión esa experiencia
que aparece como una lluvia de bendiciones inesperada,
que me coge tan por sorpresa.






A veces, la vida se hace pesada, o difícil,
o conflictiva, o dolorosa,
como atravesando tierras hostiles.
Y de repente, contra todo pronóstico, salgo de mí
(este personaje en el que, en el sueño, designo "yo")
y contemplo la película,
la aventura que me toca atravesar en este "pilgrimage", en este viaje.
Y automáticamente aflora un sentimiento de alegría, de plenitud.
Por qué?
Por el viaje en sí, quizás,
por la vida.
Por la oportunidad.

Aparece un profundo deleite.
Aun en medio del dolor, la enfermedad,
el rechazo o la pérdida.
En medio del padecer del sueño, el deleite de la vida.
De formar parte del cuerpo de Dios.


No habría sabido explicarlo mejor
y ahí está la sorpresa
más oculta:
Que no puede faltar
en el padecer
deleite.







miércoles, 9 de octubre de 2019

La atención apropiada.







No es nuevo, que no se siente cómoda regodeándose en la queja,
en "la vida es sufrimiento"
("lo dijo Buda"),
"el mundo es un valle de lágrimas"
y cosas así.


Era prácticamente adolescente cuando,
en una entrevista para una publicación local
a un psicólogo muy mediático, le preguntó, ya off the record:
Por qué esa tendencia a focalizar nuestra atención en los conflictos,
en lo que no nos gusta,
hasta convertirlos en traumas?
Y qué pasa con todo el amor que hemos recibido,
las miles de veces que nos han salvado la vida en la infancia, desde que llegamos a este mundo,
los abrazos, los cuidados,
la comida con que nos alimentaron, la ropa con la que nos vistieron,
todo lo que nos enseñaron?
Llegamos aquí sin nada con lo que pagar los favores y nos los proporcionaron gratis
y a menudo con amor.
Por qué no recordamos cada uno de estos gestos cada día,
igual que recordamos aquella vez que mamá no estaba presente
o alguien nos miró mal?
El psicólogo le respondió:
Porque lo que está bien no cuenta,
es la carencia lo que produce los nudos y conflictos
y heridas emocionales.
Pues a lo mejor es que equivocamos el foco de atención ("atención inapropiada").
Imagina qué diferente sería la vida si tuviéramos presente cada gesto de amor
y cuidados y atenciones que nos han sido regaladas.
Sentiríamos una gratitud infinita
y el privilegio infinito
de vivir la vida que nos ha tocado vivir.






Y ahí sigue,
haciendo un esfuerzo cotidiano
(cuando hace falta, y otras veces sin esfuerzo)
para visibilizar la energía sagrada que aún corre por sus venas,
lo mismo que en cualquier otra apariencia que se manifiesta.

Visibilizando la cara de Dios en cada ser, en cada objeto, en cada situación.
En el canto de los pájaros al atardecer,
o al amanecer, sacándola del sueño de la noche.
En las nubes sonrosadas y grises.
En su propio cuerpo,
que a veces le disgusta tanto,
cuando se olvida de que es también el rostro de Dios.








Corregía los textos para la edición del próximo ebook cuando encontró aquella comida,
cuando el amigo repentinamente la miró con sorpresa y dijo:
"¡Eres una Valkiria!"
Ella no entendió pero percibió que el amigo había transcendido por un momento su pequeño yo (de ella)
y eso le gustó porque ella hacía lo mismo con él, y con todo lo demás,
cuando aparecía,
a menudo.

Y apareció una cena una noche de San Juan, en una terraza,
los fuegos artificiales por detrás de la silueta del amigo,
que por aquella época decía no entender la vacuidad.
Hablaron del Libro Tibetano de los Muertos
y del acompañamiento que recuerda al ser que acaba de dejar este mundo
que todo lo que encuentra en su viaje es meramente un sueño.
Demonios, amenazas, vértigos, monstruos en el camino, infiernos...
No te lo creas, es una mera proyección de la mente.
Pues imagínate que en la vida de vigilia
te acompañan emanaciones de Buda que te recuerdan
que lo que está ocurriendo y tanto te afecta
es solo un sueño, proyecciones de la mente.
Ese sueño lúcido tiene que ver con la vacuidad.

El amigo la miró como si la acabara de ver por primera vez y dijo:
"¡Eres una emanación de Buda!"
Y ella no dijo que no ni jugó el juego de la humildad
y el ocultamiento.
Pensó:
Claro. Y tú también.
Porque para ella él siempre había sido una emanación de Buda,
un yídam que había salido de la esfera última, del dharmakaya,
para manifestarse en el mundo de la forma.
Como todo lo demás.







Y ahí sigue,
porque ya hace tiempo se cansó de marear la perdiz
y del monotema de la miseria humana.

En otra entrevista a un sociólogo especializado en las relaciones de género,
él le aseguraba que hombres y mujeres eran planetas separados e incompatibles,
destinados a no entenderse nunca.
Su narrativa era de guerra y conflicto imparable,
como la propia historia de sus relaciones personales.
Ante la condena perpetua e inevitable que él desplegaba,
ella le preguntó:
¿Pero no nos vamos a cansar nunca de sufrir?
Y otra vez esa mirada sorpresa del especialista en la materia:
¿Tú te has cansado de sufrir?
Ella respondió:
En ello estoy.







lunes, 7 de octubre de 2019

La visión de la impermanencia.







El proceso es lento y por eso la paciencia es fundamental
y una gran riqueza.
¿Te imaginas sentarte a contemplar el crecimiento y transformación de la semilla que acabas de sembrar,
cómo echa raíces en la tierra
y busca la luz y el aire convertida en tallo
y luego hojas y flor
y fruto?
El proceso es tan lento que podrías pensar que no está pasando nada.

Lo mismo con la maduración de las situaciones.

Las ves venir.
A veces sientes acercarse la sombra de algo, indescifrable,
y a veces un dolor precursor en los intestinos,
o las piernas pesadas,
o una torcedura de tobillo que duele como un parto difícil
y largo,
solo que no sabes qué está pariendo la vida para ti, que duele tanto.
O quizás sí lo sabes.
Y acaba por llegar, esa pesadilla que nunca habrías previsto en tu guión.

Y luego pasa.





Y a veces sientes que algo cambia dentro,
como si empezara a disolverse un dolor, un resentimiento,
un odio enquistado.
Y es lenta la maduración de una nueva relación que está a punto de nacer.
Y la ves venir, con toda claridad,
en este presente, aquí y ahora,
la nueva aventura en proceso de maduración.

A veces dolorosa y a veces liberadora, perfumada de aires de plenitud.

"Y eventualmente nos damos cuenta de que el sufrimiento y la felicidad no son dos cosas separadas".

(Thich Nhat Hanh)







sábado, 5 de octubre de 2019

Caminos.







Encontré un par de textos en mi libreta de notas, que me hicieron pensar en los comentarios de Carolina y Diego en la entrada anterior, sobre la visión profunda y la oración (o petición de ayuda).
Anécdotas cotidianas. Comparto.



Silencio.

Recogía mis cosas del terrado cuando empezaba a refrescar, de vuelta a casa.
Un poco triste ante el abandono, el silencio.
O mi incompetencia para escuchar algún mensaje de la Vida.
No estabas conmigo, me dice Ella,
ocupada escribiendo el cuento de lo que harías si te tocara la lotería.
Me reí.
Es cierto.
La lotería o lo que fuera, profundamente distraída.
Si pudiera elegir un deseo y solo uno, ¿sería ése, el gordo de la lotería?
Quizás elegiría
comprender,
la paz estable,
cambiar el relato de mi vida
y de la Vida,
para que deje de hacerme daño.
Eso sí está en tu mano, me dijo Ella.
Sí.
Supongo que sí.
Y cómo lo hago?
Dónde encontraré la fuente de inspiración para esta nueva visión?
Ya lo has hecho antes. Y funcionó.
Hasta que se esfumó
la "gracia" -respondí.
Quizás tendría que pedir ayuda. Lo llaman "oración".
Ayuda para volver a hacerme permeable a los mensajes de los libros
y de la vida,
los que ya están dentro
y los que aún no he sabido ver.
Ayuda para la visión profunda.
La visión
que me permita transcender el miedo.
Y entonces mi vida será otra cosa.






La oración.

El amigo le explicaba su rechazo por la oración.
No es el reconocimiento de la debilidad y la vulnerabilidad lo que le molesta
sino la separación que pone fuera al superhéroe
que ha de venir a salvarte.
Desde la ignorancia de la separación no vas a llegar muy lejos, dijo.
Si acaso, a una catarsis pasajera producida por la desesperación del momento.
A no ser que pidas ayuda al Yo grande, el Yo universal que corre por tus venas -reflexionó.
Mi yo pequeño a mi Yo grande:
Ayúdame a disolverme en ti,
como agua vertida en agua.
Y para eso tengo que "desesperar"
de todo lo demás,
desengañarme,
que los maras de la duda pierdan su poder.

Ayúdame
-cerró los ojos y se entregó a su Yo grande.
Que las dudas desaparezcan,
para que pueda emerger la visión profunda
que me permita
la paz,
aun en el seno de cualquier guerra.







viernes, 4 de octubre de 2019

La visión profunda.






Tenía ganas de volver a casa para retomar el libro que estaba leyendo.
Contó que se había quedado cuando el autor decía que podemos cambiar nuestro presente y nuestro futuro.
Y nuestro pasado
-añadió, con una expresión de sorpresa.
Lo de cambiar el presente y el futuro lo entiendo, ¿pero el pasado?
Lo dejé ahí porque era hora de venir al grupo de estudio,
pero tengo ganas de volver al libro a ver cómo me explica eso de cambiar el pasado.


No veo misterio -dijo alguien.
Sólo hay que cambiar el relato.
Qué relato? El pasado es el pasado y está pasado, concluido.
Imposible cambiarlo.

El pasado es una historia que tú te cuentas.
Y sobre el mismo "pasado", lo que tú supones "hechos",
los otros personajes de la historia pueden tener interpretaciones diferentes,
y hasta situaciones y hechos diferentes que tú no consideras.
Otras narraciones, otro "pasado".

Pero mi pasado está concluido, cerrado, lo que pasó pasó.
Cómo voy a cambiarlo?, insistió.

Cambia el relato.







Cambiar el relato no significa inventarse otro.
No se trata de sustituir la vieja narración por una nueva, con palabras nuevas para nuevas escenas y situaciones.
Basta con ampliar la visión,
salir de las anteojeras del egocentrismo
para ver más cosas,
y más en profundidad.

Cuando salimos de las anteojeras del egocentrismo y ampliamos el gran angular,
nos permitimos ver a los otros personajes,
con sus cargas emocionales,
la dureza y grandeza de la vida también en sus actitudes y conductas.
Y cuando la película es más completa e integradora, cambia el relato.
Cambia el pasado que nos contamos.
Cambia el pasado.







Una vez acudió a hacer un reportaje sobre "el niño y la niña herida", para la sección "Lo hemos probado" de su publicación.
Así que se involucró de lleno en el taller, como una más.
En un momento dado, se trataba de "bajar a los infiernos" de la infancia y sacar fuera todo el dolor.
Las personas integrantes gritaban y lloraban, y proferían insultos e improperios (especialmente a las madres), llevadas por el dolor.
"Destrozaste mi vida! ¡Malnacida! ¡Ojalá te pudras en la vida y agonices en la tumba!"
y un largo etcétera.
Ella no pudo sumarse al tumulto y el maestro le reprochó que no estaba trabajando.

Yo también he bajado a los infiernos -le respondió-
y he visto a la niña herida.
Pero también he visto a la madre herida.
Y al padre herido.
Y al hijo herido. Y a la hija herida.
Y a la abuela, y a la amiga, y al hermano herido.
Heridas de muerte.
Y a veces era yo misma quien infligía esas heridas,
consciente o inconscientemente, sin saber,
porque no podía hacer otra cosa.
No puedo llorar solo por mí
ni poner la culpa en nadie.
Todo el mundo vamos haciendo lo que podemos con nuestro dolor.







De nuevo en el grupo de estudio, alguien comentó que ni el pasado ni el futuro importan en el aquí/ahora.

Pero en el aquí/ahora está todo, también el pasado y el futuro.
Cuando aparece un dolor, un resentimiento, un reproche,
un miedo, un pensamiento
es ahora.
Aunque lo ubiquemos en el "pasado" o en el "futuro".
Es ahora.
No existe el pasado ni el futuro fuera del presente.
El único pasado que existe está en el presente.
Y el único futuro que existe está en el presente, aquí y ahora.
Y por eso solo aquí y ahora se pueden disolver los nudos y dolores que creemos que pertenecen al pasado
o al futuro.
Y solo ahora podemos cambiar el presente y el futuro.
Y también el pasado.
Porque están aquí.

Y eso sólo puede tener lugar
desde la visión profunda.