lunes, 16 de septiembre de 2013

Ni mía ni de Dios ni de nadie. Ni tuya siquiera.







Ella recuerda cuando hacía aquellos retiros.
Las instrucciones, la meditación en grupo. Cada sesión era un vuelo -no un vuelo libre pero en cualquier caso profundamente inspirador y significativo.
Era precioso caminar los caminos de la montaña entre sesiones.
Observaba a sus compañer@s de aventura y les veía como un ejército de bodisatvas en construcción,
formándose para llevar a cabo la misión de liberar a todos los seres sintientes.

Al volver a casa, los personajes con los que se cruzaba parecían meros objetos de compasión.
Seres sufrientes dando palos de ciego, tapados los ojos con la venda de la ignorancia.





Con el tiempo, las cosas cambiaron y ahora ve bodisatvas por todas partes.
Y las instrucciones le llegan de todas partes, la vida como un libro abierto. 
Un libro sagrado.









En el metro, una niña preadolescente bromeaba con su madre.
La hermana pequeña, en el asiento de enfrente, se quejaba de todo lo que hacía o decía su hermana mayor.
(Para, para!...)


La hermana mayor le dijo: ¿por qué no puedes reírte?
La pequeña casi se echó a llorar, con un llanto de queja: porque me duele aquí!!! -y señaló al costado.
¿Te duele ahí cuando te ríes?...
La pequeña hizo como si se enfadara aún más pero enseguida cambió del gesto hostil a la ligereza de la risa.

Miré fascinada a la niña preadolescente, porque sin duda no había pasado los años que había pasado yo estudiando el dharma. Pero sabía que con dolor o sin dolor, da igual, aún puedes reírte o hacer lo que tengas que hacer (lo que decidas hacer), da igual lo que te duela o como te encuentres.
La niña pequeña también entendió el mensaje:
Da igual que te duela o no, aún puede decidir reírte o quejarte,
porque eso no va a hacer que te duela menos, o más.

Como cuando escuchaba a aquel cantante jovencísimo:




Prefiero bailar 
con ganas aunque 
no sepa.
No se puede ser feliz cuando a tu lado lloran.
A veces toca sufrir. No entiendo a mi persona.
Los hilos del corazón mueven mi marioneta.
Hasta el más débil, obligado, se hace fuerte.
Prefiero seguir presente
allá por donde voy.




Nunca les había visto en ninguno de sus cursos y retiros, pero en algún sitio él también, como la preadolescente, había aprendido lo mismo que ella.
Así como los miles de asistentes en el público que cantaban su canción y comentaban en las redes la profundidad y lo inspirador de la letra.

Como cuando Agustín García Calvo escribía:





Libre te quiero pero no mía.
Grande te quiero, pero no mía.
Buena te quiero, como pan que no sabe su masa buena,
pero no mía.
Alta te quiero. Blanca.
Pero no mía.
Ni de Dios ni de nadie.
Ni tuya siquiera.





Y empezaban a sonar los acordes de la guitarra de Amancio Prada y la gente se alzaba y aplaudía y gritaba de éxtasis.

Dónde habían aprendido a amar así, Agustín García Calvo y Amancio Prada y todas esas personas puestas en pie?
Ella no las había visto por las clases sobre "la manera budista de amar".
Pero lo sabían. Sabían lo que deseaban en su vida, cómo deseaban amar y ser amad@s.

Y ella reconocía una vez más que el mundo estaba lleno de bodisatvas y de seres sagrados
y dónde aprendía cada cual era cosa suya.

Pero cada apariencia ante ella era una maestra preñada de significado.
Cada ser, cada situación
una fuente de inspiración.






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