Empezamos nuevo curso y nuevo libro en las clases del Poble Sec: la manera budista de amar.
Cuando yo, más que leer, hacía
las meditaciones de este libro por primera vez,
sentía que todo cambiaba
fuera.
Tanto luchar por la revolución (política, social, feminista, ecologista...)
toda mi vida
y no había descubierto que la auténtica revolución, la que cambia
las cosas desde lo más profundo, es invisible e incruenta, no derrama sangre ni esparce dolor.
Simplemente cambias la óptica de tu mirada
y cambia lo que percibes
y cambia lo que sientes
y cambian tus acciones e interacciones
y las acciones e interacciones de los demás,
que responden cambiando lo que sienten y lo que piensan y lo que perciben.
Y el mundo por el que te desplazas en este sueño de vigilia cambia
radicalmente.
Cuidar a los demás.
Geshe-la dice: no hay que cambiar el estilo de vida,
lo único que hay que cambiar es el objeto de estima.
No tienes que abandonar nada.
Y por supuesto, no tienes que abandonar tus militancias personales
-sociales, políticas, feministas, ecologistas, en defensa de los animales..., las que sean-,
las actividades externas que consideres convenientes
-especialmente si están dirigidas por una mente de amor.
Solo hay que cambiar una actividad
interna:
el objeto de estima.
Dejar de "protegerme" a mí por encima de todo
para empezar a ver (proteger, cuidar) a los demás.
Bajar de "esta montaña" (yo) para subir a "aquella montaña" (tú, los demás),
y la que ahora parece "aquélla" pasa a ser "esta montaña".
Y cuando empiezo a designar "yo" en ti, en los demás, en tus intereses, en tu bienestar,
en tu felicidad,
todos mis problemas desaparecen.
Porque yo ya no estoy.
El yo previo, apegado y egocentrado
se disolvió, como un espejismo desaparece cuando te acercas
a buscarlo.
En lugar de ese "yo" ahora sólo queda el amor.
Obviamente, cuando en budismo hablamos de amor no nos referimos
al amor "romántico",
el amor exclusivo, de apego (para mí, sin ti no puedo vivir),
el amor controlador,
el amor exigente (que más que dar felicidad se concentra en que me des exactamente lo que yo deseo, que compartas mi proyecto, mi punto de vista, mis ideas, etc.).
El amor budista es otra cosa.
No duele.
En la manera budista de amar, desapareces (¿te da miedo?),
sientes la ligereza de desprenderte del peso de tu ego, tu imagen pública y personal, tus "necesidades";
te igualas primero y luego te cambias (para ser "aquella montaña");
y disfrutas de la humildad indolora de ser la persona menos importante;
y dejas de considerar a las personas con las que te cruzas como una molestia en tu camino (siempre interfiriendo en tus proyectos y complicándote la vida)
para pasar a ser
un valioso tesoro que te permite la práctica
y, siempre, un guía espiritual
(incluso cuando aparentemente te perjudican).
Cuando amas de esta manera, aceptas el sufrimiento que toque afrontar
con paciencia
y alegría,
sin dejar de cuidar a los demás (que resulta ser el mejor bálsamo para tu dolor).
Ofreces tu ayuda y absorbes el sufrimiento
con la misma actitud de una madre, un padre, hacia su bebé.
En silencio, como un mantra secreto.
Cuando amas de esta manera, finalmente,
casi sin darte cuenta,
acabas liberándote de la prisión de las apariencias y de las concepciones erróneas.
Dejas de sufrir por meras
alucinaciones.
De repente, un día, te sorprenderás (dice Gueshe-la).
Te preguntarás cómo no lo habías visto antes, cómo no lo habías comprendido antes,
como son
las cosas.
Como si hasta el momento sólo hubieras vivido en un sueño, bajo la hipnosis de alguna droga dura
(la droga del egoísmo, el egocentrismo que distorsiona hasta la alucinación).
Y si te preguntas qué te ha llevado hasta ahí,
hasta despertar,
verás que sólo ha sido el camino del amor.
Estimar a los demás es lo que te ha llevado a salir de tu sueño.
Es así:
A la iluminación te conduce la
bodichita,
la mente que, tras contemplar el sufrimiento de los demás seres, desea ayudarles y, como en estas condiciones limitadas no puede, decide cambiar, ser mejor, crecer hasta despertar.
Y a la bodichita (la mente que desea la iluminación para liberar a todos los seres) sólo te conduce la compasión, que es el deseo profundo de ayudar.
Y a la compasión
te conduce el amor,
porque sin amor no surge el deseo de ayudar.
Así que todo empieza en el amor
que estima a los demás.
Y a partir de aquí, déjate llevar,
porque el camino está rodado.
Texto raíz:
Loyong tsig gyema.
(Adiestramiento de la mente
en ocho estrofas)
De Langri Tangpa.
Con la intención de alcanzar
la meta última y suprema,
que es incluso superior a la gema que colma todos los deseos,
he de estimar siempre a todos los seres.
Cuando me relacione con los demás
he de considerarme la persona menos importante
y con una intención perfecta
estimarles como objetos supremos.
He de examinar mi continuo mental en todas mis acciones
y cuando surja una perturbación mental
que me conduzca a mí o a los demás a actuar de manera inapropiada,
he de oponerme a ella con firmeza y evitarla.
Cuando me encuentre con seres desafortunados,
oprimidos por el mal y los grandes sufrimientos,
he de estimarles como si fueran
un valioso tesoro difícil de encontrar.
Incluso si alguien a quien he beneficiado
y en quien tenía grandes esperanzas
me perjudicara sin razón alguna,
he de considerarle como mi sagrado guía espiritual.
Cuando alguien, por celos,
me cause daño o insulte,
he de aceptar la derrota
y ofrecerle la victoria.
En resumen, que, directa o indirectamente,
ofrezca mi ayuda y felicidad a los maternales seres
y tome en secreto
todas sus desdichas y sufrimientos.
Además, que gracias a estas prácticas del método,
junto con una mente que reconoce que todos los fenómenos son ilusorios
y limpia de las manchas de las concepciones de los ocho extremos,
me libere de la prisión de las apariencias
y concepciones erróneas.
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