domingo, 30 de mayo de 2010

Somos como personas dormidas que otorgan a sus sueños carácter de realidad.







Toda nuestra tarea y nuestro objetivo en la vida consiste en
vivir lo que somos.

Si no se colara nuestro orgullo neurótico (con frecuencia hábilmente disfrazado, buscando compensar y justificar sus necesidades pendientes) podríamos percibir esta verdad elemental.

Qué nos impide verlo y, sobre todo,
vivirlo (lo que somos)?
Únicamente una cosa:
nuestro pequeño yo ignorante y carenciado.
Hablar de ese "yo" es lo mismo que hablar de orgullo neurótico, de máscara, de imagen idealizada.
De estimación propia, en términos budistas.

Por qué "ignorante"?
Porque nuestro nivel de conciencia habitual (en el que se mueve el "yo") nos mantiene sumidos en la ignorancia, dormidos y, por tanto, confundidos.
El yo es equiparable al sujeto onírico que otorga a sus sueños carácter de realidad.
Tal confusión de lo aparente con lo verdadero es la fuente de todos nuestros males (denominado en budismo "aferramiento propio", la ignorancia de considerar lo que percibimos como real).
Por lo tanto, para vivir lo que somos necesitamos, antes que nada, despertar:
descubrir nuestra verdadera identidad.

La máscara.




Pero nuestro pequeño yo es también un yo "carenciado".
Qué tipo de carencias?
Para empezar, vacíos psicológicos y afectivos que le han llevado a instalarse en mecanismos de defensa compensatorios y a funcionar desequilibradamente.
Y así, nos dedicamos a proteger y cuidar una imagen insaciable y a perseguir el fantasma inasible de lo que nos gustaría ser.
De esta manera, pensamos y actuamos presas de nuestras necesidades y de nuestros miedos, de la ansiedad y el perfeccionismo, la competitividad y la crispación, la ambición y la prepotencia... En definitiva, por la compulsión
de un yo incapaz
de transcender
su egocentrismo.

Pero la carencia del pequeño yo va mucho más allá:
el yo carece de identidad real y, por lo tanto, no puede mantenerse a sí mismo.
Eso hace que necesite sostenerse (inventarse) constantemente recurriendo a cosas, apropiándose de cosas, títulos, logros -como si fueran parte de ese yo.
Mientras no salgamos de la trampa del pequeño yo (la estimación propia, el aferramiento propio) no podremos evitar ese modo de funcionar.
Y así, la carencia viene a reforzar la ignorancia. Una vez tras otra. Sumergiendo las raíces cada vez más (con cada acción, con cada pensamiento fundamentado en la ignorancia)
en la ignorancia.

Un yo que no existe pero que busca autoafirmarse a toda costa tiene que ser, forzosa e inevitablemente, fuente de engaño, porque él mismo se asienta sobre el engaño primero: afirmar su existencia.

Vivir, soñar, dormir, despertar...




Empezamos a salir de la ignorancia cuando descubrimos la naturaleza ilusoria del yo.
De esta manera, podemos dejar de vivir para él
y estaremos disponibles para vivir lo que somos.

Sólo
transcendiendo
mi pequeño yo
(en cuanto entidad separada),
podré abrirme a vivir lo que realmente soy.


Y qué es lo que "soy"?
Esa respuesta sólo la encontrarás en la propia experiencia
y la meditación
es el mejor camino.

La meditación y una actitud humilde de aprendizaje.
Porque, de hecho, ¿no será toda nuestra vida un aprendizaje? ¿No será que todo lo que nos ocurre no es sino
escuela y oportunidad de crecimiento?
(Como en el sueño, en el que cada imagen, cada personaje, cada acontecimiento, tienen un significado y constituyen una pista para aprender la lección
pendiente
que toca aprender.
Ese karma).

¿Y si la vida no fuera más (y nada menos) que una gran universidad, nuestra perfecta maestra?
Maestra sabia que, callada y oportunamente, nos va poniendo delante las circunstancias, personas, acontecimientos
que necesitamos en un momento dado
para seguir aprendiendo.

Para seguir creciendo

hasta llegar a ser
lo que somos.


(De "Vivir lo que somos". Enrique Martínez Lozano.
Ed. Desclée de Brouwer)

10 comentarios:

  1. Qué ilusión, mañana os veo ;-)

    Un abrazo,

    Regina

    ResponderEliminar
  2. Qué buena noticia, Regina.
    Muy bienvenida, de vuelta.

    Un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar
  3. Este post es contundente, Marié. Ya lo he leído una vez, le he leído partes a mi hija (tenía que hacer un comentario sobre La vida es sueño) y lo tendré que leer alguna que otra vez. A ver si poco a poco…

    ResponderEliminar
  4. Sí, es contundente.
    Pero yo creo que ahí está la clave (una de ellas): en llegar a desindentificarnos de ese yo por el que luchamos tanto y al que queremos hacer feliz, y nunca lo conseguimos.
    Sencillamente porque no existe.
    Llámale ego, máscara o construcción mental de lo que creo que soy "yo".
    No existe y nos pasamos la vida luchando contra viento y marea (también contra los demás) para hacerle feliz.
    Tarea imposble porque no existe.

    Y mientras tanto estoy descuidando y haciendo infeliz a lo que sí soy -lo que Es.
    Porque, como dice Martínez Lozano, sólo
    transcendiendo
    mi pequeño yo
    (en cuanto entidad separada),
    podré abrirme a vivir lo que realmente soy.

    Difícil de transmitir con palabras pero, quizás,
    fácil de experimentar,
    en la meditación por ejemplo -cuando te sientes parte de todo, o de Uno;
    o cuando buscas quién es ese yo que te atormenta tanto y no lo encuentras.

    Porque no existe.

    Ese jefe tiránico que nos ha estado controlando toda la vida (lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos)
    ni siquiera existe.

    ResponderEliminar
  5. Mientras nuestra identidad sea una identidad mental (el ego), las relaciones estarán determinadas por el juego de fuerzas que marcan el deseo y el miedo (¿te das cuenta que de ahí arrancan todos los conflictos de la convivencia?).

    (Además) cuando nos relacionamos con el yo-mental, creamos una identidad con la idea que nos hacemos de las personas y establecemos la relación no con la persona en sí misma sino con la idea que nos hemos hecho de ella.

    (El yo no-mental) distingue claramente entre la acción y el sujeto que hay detrás... y en ningún momento se pierde el contacto con aquello que constituye la identidad profunda en el otro, aunque la persona en cuestión sea inconsciente de ella, hipnotizada por su pequeño ego.


    De "Detrás de la apariencia", de Matilde de Torres (Ed. DDB)

    ¿Esto te ayuda en algo, Emi?
    ¿O lo complica aún más?

    ResponderEliminar
  6. Pues me ayuda de un modo en el que no quiero ser ayudada (ya sabes). Es decir, quiero deshacerme de mi ego y desembarzarme del miedo, pero quitarme el deseo es como arrancarme un brazo. Estaría dispuesta a ello si el otro transitara por el mismo camino y estuviera segura de que al final nos íbamos a encontrar. Pero no es así. Después de tanto esfuerzo (años de mudar la piel), seguimos en el punto donde empezamos.

    Sé que, si tengo sed, debo acercarme al agua en vez de suicidarme adentrándome en el desierto (acabo de leer el último post de Jaume), pero estoy como debe sentirse un ser deprimido en el interior de un pozo. No tiene ganas de esforzarse en alcanzar la escalera oxidada para trepar por ella y salir. Antes que dar el salto a esa insegura escalera, prefiere esperar a que le echen un asiento y tiren de él con una polea.

    Voy a imprimer el post y voy a volver a leerlo. Puede que vuelva a meditar con regularidad (lo hago de vez en cuando). Pero no me sigas ayudando que, al final, veo que cedo. jajaja .(si es que tengo un ego que ¡no se lo quitaba de encima ni el mismísimo Buda!).

    ResponderEliminar
  7. Es curioso.
    Sí, a veces perdemos un deseo (o una persona) como si perdiéramos un brazo. Ayer mismo le escribía a alguien: "pareja o no, con un brazo o con dos, lo importante es que (hoy y en el futuro) seamos mejores personas (que lo que fuimos)".

    Pero yo creo que hay que estar dispuesta a hacerlo porque sí, al margen del camino que transite la otra persona.
    Por qué vamos a poner ese poder fuera de nosotras mismas.

    Yo creo que si hacemos el esfuerzo para que nos lo devuelvan no estamos creciendo, sólo estamos intentando conseguir algo del otro.

    Y a veces el otro ya no tiene nada que dar en tu vida. O quizás sí y estamos tan ciegas que no lo vemos.

    El problema, para mí, Emi, es cuando no soy capaz de ver la vida como esa "maestra".
    Pase lo que pase, qué tiene que enseñarme, qué lección encierra para mí eso que está ocurriendo. Qué asignatura pendiente es ésta que no acabo de aprobar.
    Y me interesa pasarla porque mientras que no lo haga voy a seguir repitiendo pautas equivocadas.

    El problema, digo, es que más que una escuela para aprender y crecer y ser mejores personas, más completas (más cerca de lo que somos en nuestro fondo perfecto) la vemos como una tienda de golosinas para mantener contento y tranquilo a este niño caprichoso que es el ego, y le damos todo lo que pide para que esté callado y satisfecho y no moleste. Pero es una empresa imposible porque este niño caprichoso nunca va a estar satisfecho ni tranquilo porque nunca tiene bastante, siempre quiere más. Y, además, con tanta golosina le estamos enfermando: caries, empachos, agotamiento, nula tolerancia a la frustración...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy de acuerdo.Hay un dicho: basta ya de tanta tonteria.""""".Perdemos la vida dandole cancha al ego.Solo cuando vamos dentro y en silencio reconocemos nuestro ser.Que alivio😃

      Eliminar
  8. me gusta mucho la imagen que has utilizado de el niño"El Ego· y esa tienda de golosinas, con la que nunca esta satisfecho y ademas se enferma. gracias

    ResponderEliminar
  9. OLÁ PODES FALAR ALGO SOBRE REENCARNAÇÃO?

    ResponderEliminar